Introducción:
La producción de este ensayo esta basada tanto en
el interés sobre el pensamiento poético y su ubicación dentro del pensamiento
de León Rozitchner, como en la búsqueda de un ser pleno, un sujeto activo
dentro de esta sociedad que produce, por el contrario, sujetos atravesados por
el terror y la represión, desprovistos de su sentido corpóreo mas vital, su
misma materialidad. Por esto la importancia de descubrir las formas especificas
de subjetivación en la sociedad cristiana, de dilucidar la verdadera génesis
del yo, y las formas de recuperar este origen en medio de una contemporaneidad
objetivada, sin sujetos plenos de subjetividad.
Pensar en la génesis es reflexionar sobre la forma
de subjetivación del niño, y preguntarse
que elementos influyen el surgimiento del yo. Podemos enumerar, en un primer
momento, la influencia de la madre, la unión simbiótica y total del niño y su
madre en el primer momento en donde sueño y vigilia aun no están separados; en un segundo momento, la influencia del
mundo externo, en combinación con la influencia del padre, comienzan a
contraponer el goce pleno del niño en su convivencia con la madre con objetos
que están fuera de ella, el padre como legalidad y como símbolo de represión,
en tanto es la figura en la que se centra el terror a la castración; por ultimo
la sociedad, y cuando hablamos de ella no podemos dejar de lado la religión o
el mito fundante que la atraviesa y la determina. Esta instancia se ocupa de
crear un nuevo lenguaje, alejándose de aquel primer lenguaje con la madre,
construyendo uno mas objetivo basado en los objetos del mundo compartido,
tapando el primero; mas específicamente, el cristianismo es restrictor del yo,
predicando la ética del castigo, la auto moderación moral y la culpa,
escindiendo y desgarrando el yo. Lo que busco proponer es una instancia de
regreso al lenguaje materno como forma de recuperar la materialidad y el
génesis del sujeto, por medio de la poesía, considerando que ésta utiliza como
fundamento aquel sentimiento materno y arcaico que nunca pudo borrar el
cristianismo, a pesar de empeñarse en negarla sistemáticamente.
La búsqueda de este primer lenguaje y sus
características, como materia de evocación poética, hace recorrer las formas de
pensamiento del niño en relación a la madre, ese lenguaje inicial cargado de
sentimiento y afectividad valorativa, es
un lenguaje que está mas allá de la descripción, pues no utiliza palabras. Es
esta Madre originaria y ensoñada la que abre el mundo por primera vez, ella es
el mundo, determina el ingreso del niño al mundo, es condición de ingreso, ella es el primer mundo, la realidad mas
profunda y memoria sensible y ensoñada, para siempre grabada en la corporalidad
sentida.
La madre y el triangulo edipico en la sociedad cristiana:
Como decíamos anteriormente, es pertinente
explorar la génesis materna como punto de partida del yo, como principio de
existencia del sujeto. Y este primer niño, ensoñado junto con la madre, será
atravesado por la disposición familiar y social que implica el cristianismo,
determinando una organización específica de las relaciones. Así, cuando el niño
aprende a pensar por medio de la conciencia de la cual es condición su propia
madre, será interpelado por esta organización social, quedando en medio de
estas dos influencias fundamentales.
Para agregar algo mas sobre la potencia del primer momento materno, que el
cristianismo se empeñará en negar, Hegel lo presenta como “dos individuos cuya alma no ha sido separada”. La madre es su
existencia inmediata, los ruidos, sonidos y pequeños tactos son su lenguaje primario,
relación con la madre en una relación simbiótica, un absoluto corporal. Por eso
las experiencias primigenias están mediadas por la actividad materna, y se
realizan en un estado de ensoñación puramente subjetivo. Este lenguaje queda
como una marca indeleble en lo más profundo de la subjetividad del sujeto, en
el inconsciente, en el núcleo identitario del sujeto; estas huellas mnémicas
quedan fijadas de manera determinante.
La Madre también es considerada por León como el origen
histórico de la civilización, pues es a partir de ella que se da toda
experiencia precedente, y es mediante ella que las valoraciones afectivas toman
forma en la conciencia y posteriormente en el pensamiento. Es en esta etapa en
que el niño aprende a valorar y a dividir la experiencia en principio del
placer/ principio de realidad. En esta etapa se dan significaciones arcaicas
del comienzo ensoñado, que permiten valorar y dividir, seleccionar mediante el
juicio de atribución el resto de las cosas. Afectos, olores, fragancias,
texturas, todo un mundo sensorial determinado por aquellas experiencias
primarias guiadas por la madre.
Es aquí donde interviene la variable de la cultura,
atravesada, como decíamos, por la organización material y subjetiva del
cristianismo: el niño, alucinado y ensoñado por la relación perfecta con su
madre, se ve amenazado por el acceso a la cultura, mediante la figura pujante
del padre, en donde teme que se termine la satisfacción de sus deseos
pulsionales. El conocía el mundo a través de su madre, en ese lenguaje primario
que compartía con ella, y luego tiene que entrar a un mundo donde hay muchas
personas a las cuales tiene que adaptarse. Y el padre, en su rol social de
educador y presionador, impulsa al niño a meterse en la sociedad, castigándolo,
y enseñándole el lenguaje secundario, el lenguaje del mundo cultural.
Este mundo cultural se determina por el tipo de
base mítica que tenga la sociedad, la cual determina la estructura familiar. En
este sentido, es importante para pensar en la inserción del sujeto súper subjetivo
que es el niño en un mundo social y cultural súper complejo y ajeno a él, el
cual le determinará un lenguaje secundario con el cual representara la realidad
cotidiana; por eso hay que integrar la variable del cristianismo como base mítica
de la sociedad moderna occidental.
El cristianismo planea una trinidad abstracta en
donde el lugar de la madre a sido borrado por completo, casi de manera burlona,
pues la madre pasa a ser objeto de una
imposibilidad, una madre virgen, que es preñada por un espíritu abstracto, es
despojada de la misma esencia de su feminidad que es la sensualidad, y el niño
es concebido independientemente del acto sexual. Se le quita entonces valor a
los orígenes carnales del humano, imponiendo una creación anterior a la madre,
adjudicándole al Dios-Padre primero la concepción del niño, aún antes de que
éste existiera físicamente.
El Patriarcalismo de esta trinidad se completa por
el Dios-Padre, el hijo, y el Espíritu Santo, ante abstracto y puramente
espiritual que es lo mismo que el padre pero que ocupa el lugar de la madre
como esencia originaria. Este dios omnipresente y originario ampliará la figura
del padre siguiendo la línea de Freud en donde éste es símbolo de ley, terror,
castigo, temor a la privación de los deseos, celos por haber estado con la
madre pero a la vez borrador de la madre, y miedo por el castigo sexual, que
simboliza el fin de la satisfacción de sus pulsiones primarias. Así se elimina
el sentido primordial y material de los orígenes del ser, y se crea un sujeto
moldeado para la represión, pues el padre, figura avasallante y supresora,
estará para siempre en sus orígenes, para siempre dentro de si para controlarlo
y castigarlo, aun antes de que cometa un pecado, pues el pensamiento del pecado
mismo lo implica de igual manera.
Este castigo y control se exterioriza en las
instituciones sociales, como en la escuela y en la familia, en donde San
Agustín relata las difíciles penurias que conlleva convivir con una pulsión
fuerte y permanente, como lo es el origen materno y es corporalidad sentida
llena de deseo y de afecto, en medio de una sociedad marcada por el castigo y
la culpa, en donde se vive para la salvación y la existencia espiritual, y se
desprecia el cuerpo y sus deseos. Así, el mundo real y exterior, tanto cultural
como familiar, actúan como influencias opresoras.
Estas, mediante una técnica constante y minuciosa,
imponen el lenguaje paterno en detrimento del materno, eliminando la
importancia de aquel primer momento ensoñado, lleno de amor y de afecto, tan imprescindible
para el surgimiento del yo y el pensamiento. El cristianismo entonces niega a
la madre, niega al origen materno como el fundante del yo, niega el lenguaje
arcaico surgido de la comunidad prístina entre el niño y su progenitora, y
funda al Padre-Dios en su lugar, diciendo que el lenguaje paterno siempre fue
el primero. En palabras de León, el cristianismo, o más bien, el propio adulto
escarmentado y temeroso “exorciza el
recuerdo de su propia infancia con el esquema mítico y cristianizado del origen
espiritual del hombre adulto”.
Analicemos más detenidamente las características
de esta alteración de los orígenes.
La génesis invertida:
Como vimos anteriormente deben pensarse los mitos
en las sociedades como determinadores de subjetividad; el cristianismo no es
tanto una religión como una técnica de subjetivación, una forma de crear
sujetos, atravesados por unas determinaciones fuertes. El cristianismo como
formación mítica es determinante en la medida en que crea un triangulo edipico muy llamativo: son
tres figuras abstractas, y la madre es virgen y esta negada. Por lo tanto no
existe, esta borrada, y de esta manera, se borra el elemento material, la
mater, la materia, el cuerpo, lo concreto. Veamos como funciona esta inversión.
El cristianismo comienza a preguntarse por le
origen, el pecado y la corporalidad, pero no puede aceptar que la madre sea el
origen de la existencia, pues ello le otorgaría un valor fundante. Entonces se
encuentra una instancia anterior a la misma madre y al mismo nacimiento:
(…) hay un antes
de todo antes donde preexisten eternas las formas de todo lo temporal y
pasajero. Antes de la madre hay un Dios-Padre, seminal aunque racional,
verdadero generador de su vida, -y generador, por lo tanto, de su propia madre.
Agustín preexistía espiritualmente a su propio nacimiento, como Jesucristo preexistía
como hijo eterno de Dios antes de nacer en Maria. Hay un antes de la conciencia
– concluye entonces- como hay un antes de la vida y del mundo. [1]
Este es el origen invertido del cristianismo, que
agranda al Padre espiritual y abstracto por sobre la madre real y corporal,
dejando así al cuerpo material en una categoría directamente pecaminosa, en
tanto es engendrado por acciones sexuales. Para redimir sus pecados debe negar
este origen carnal, y reconocer a su Padre-Dios como su creador primero, y prometer
nunca mas volver a pensar en esa madre primera, en su origen carnal. La
categoría de cuerpo, aquí, queda reducida de lo que antes era materia del
sentimiento afectivo, ahora a fuente de pecado y desprecio.
Entonces, la influencia religiosa obliga a
“ignorar” el origen materno, pero de una manera racional, es decir, no pensar
en ella, sino pensar, con palabras, en el Dios-Padre creador de vida, presente
aun antes de nuestra propia existencia. Lo que esta lógica falla en percibir es
que el origen materno, el lenguaje arcaico esta fijado en la corporalidad del
niño, es una corporalidad sentida, que para ser eliminada requiere la
eliminación de la vida misma. No puede olvidarse pues esta en el mismo origen,
en el núcleo mas profundo de la inconciencia. El cristianismo elige no pensar
en ello, reprimirlo para que se quede escondido, no invocarlo, pero aun el
mismo San Agustín se encontraba a si mismo evocando esa misma materialidad
materna, entendida por su moralidad cristiana como pecado, pero rescatada por
León como pulsión primordial, que puede emerger súbitamente en momentos de gran
emoción, o generar relación con alguna huella mnémica en algún momento
determinado.
Se remplaza, de manera brusca, presionando al niño,
castigándolo, culpándolo del pecado de su madre, todo lo maternal por un triple padre abstracto
y omnipresente. El lugar del padre-dios se situara justamente en el lugar de la
génesis, el lugar de la Magna-mater, el lugar del Origen, la creación primera
del pensamiento y la conciencia, pues el lenguaje materno basado en el afecto
valorativo y la relación simbiótica entre la madre y el niño en el primer
momento es condición de todo pensamiento previo, es condición de la integración
del niño al mundo real. Es por es que la inversión de la génesis, de poner al
padre castigador en el lugar del origen tapando el real génesis, cargado de
afecto materno, será vital para la
creación de nuevos sujetos atravesados por el temor al castigo, que ahora
también guarda una vigilancia interna, pues como plantea Rozitchner a través de
las Confesiones, el mero hecho de
pensar en una acción pecaminosa implicaría cometerla, se iguala por tanto el
pensamiento con la acción, lo que maximiza el nivel de sometimiento y autocontrol
de los sujetos, cada vez mas sujetos a la nueva “justicia divina” que los
vuelve esclavos de la vida futura, desvalorizando el presente, el mundo
material y la materialidad del propio cuerpo como impío, portador de pecado,
negando la materialidad y la propia historia.
Esta realidad desmaterializada, llena de “padre”, abstracto
y omnipresente, en tanto esta dentro de cada uno, llena la realidad de
represiones: moral, ley, terror, castración. Esta figura que pone al sujeto a
la fuerza en el mundo “real”, el que reprime su principio del placer, porque,
como también se expresa en el malestar y la cultura, en la sociedad cultural
compartida por miles de sujetos, construida por su interacción, no se pueden
satisfacer todos los deseos y las pulsiones, por el fuerte componente moral. El
espectro paterno, fantasma amenazante alucinado, pues es imaginación y el temor
al castigo, y en particular al castigo sexual, la castración (cabe recordar que
en Freud lo sexual, la pulsión erótica es fundante de todos los deseos y
pensamientos) ronda vigilante tanto por las calles de lo social como en los
pasillos secretos del propio pensamiento personal e individual. La importancia,
entonces, de esta inversión fundamental, no es el remplazo en si de un
Dios-Padre por la madre, sino el lugar en que esta figura se situara, donde
antes estaba la madre:
Ese Dios-Padre
abstracto, que la filosofía griega le enseña, insensible y producto del mero
pensamiento, para ser algo debe encarnarse sin embargo con los negados
contenidos maternos. Agustín debe proporcionarle el afecto que en él suscitó la
madre para que ese Padre (que la madre le proclama) exista y tenga
consistencia; algo que lo llene. [2]
Este espectro ocupa el lugar faltante de la madre
ausente, borrada por la mitología cristiana y por el padre, que es origen
mismo, y la materialidad del mundo físico. El Espectro es siempre alucinado, y
siempre racional, porque remplaza la lengua materna por el signo y la
significación, y es evocado mediante palabras, es decir, de manera artificial,
no sentida.
La lucha de los lenguajes materno y paterno:
En el interior del niño se da una batalla entre
dos lenguajes, dos formas de leer el mundo y la existencia, por el hecho de
estar atravesado por dos formas de existencia: la existencia simbiótica
materna, en donde es uno con su madre, en donde no hay palabras que medien
entre la acción y el valor, y la existencia cultural y social, en donde la interacción
con las distintas personas e instituciones, familia y escuela, otorgan un
lenguaje común, una denominación de la cosa, y por tanto, una distancia de la
cosa, un existir por fuera del objeto.
Esta lucha varia según el tipo de cultura en que
se presente el niño, que es lo mismo que decir el tipo de mito, la religión que
determina las relaciones de esos grupos culturales. En el caso del
cristianismo, como hemos visto, se utilizara la figura del Dios-Padre para
borrar el origen materno e imponerse allí mismo donde la madre la da sentido a
la existencia (donde abre paso a la existencia, ella misma es condición de
existencia y de pensamiento posterior).
Repasemos primero la génesis del lenguaje materno
y su importancia, para entender realmente el acto de inversión que realiza el
cristianismo. Hemos dicho a lo largo del presente que el niño nace y es
recibido por su madre, de la cual dependerá los primeros años de su vida. En el
niño entonces se mantiene una memoria sensible y sensorial donde todo lo
imaginario y lo afectivo se encuentra comprendido en una totalidad que no
necesita palabras para expresarse, porque es un todo con el cuerpo; es decir,
el cuerpo puede entender esas sensaciones que comparte con la madre sin
necesidad de conceptualizar. Tal como lo describe Rubén Ríos en Casi todo sobre la madre, esa “madre
irrepresentable y pre lingüística que deja su huella en todo hijo” dejará su
“marca indeleble en lo mas profundo de la subjetividad de todo sujeto”. Esa voz
materna, en este lenguaje particular y profundo, organizará y sintetizará el
caos de sensaciones que representa el primer contacto con el mundo, pero que
quedará en la memoria nuclear del niño como existencia plena, satisfacción
completa de sus pulsiones, un goce compartido e indescriptible. Es este
lenguaje el que da sentido y unidad a la experiencia, y es condición sine qua non se puede desarrollar el
pensamiento, la conceptualización y el habla.
Este lenguaje, cargado de emotividad y
sentimiento, es tapado por el lenguaje secundario, el lenguaje del padre, de la
ley, del mundo real, el mundo cotidiano y social. Esta inversión, como vimos,
se da mediante la pretensión de la religión cristiana de alterar el origen de
la vida, remplazando la madre por el Dios-Padre cristiano. El lenguaje
secundario, embanderado por el racionalismo patriarcal pretende abolir y tapar
el lenguaje primario (el cual es inoperante para una sociedad compleja pues es
pura subjetividad), suplantándolo por una objetividad depurada de ensueño. Esta
“ley del padre”, que luego tomara la forma de un súper yo represor, una
autoconciencia cargada de moralidad restrictiva, sumerge la ensoñación materna,
el lenguaje primario y esencial, pero no logra borrarlo. El cristianismo se
avergüenza de el primer origen, lo acalla, pero no puede extirparlo porque esta
inscripto en el cuerpo.
Entonces, una diferencia central entre los dos
lenguajes, es que la lengua materna es una pura unidad, no hay separación entre
lo sensible y lo espiritual, es una unidad integral entre el niño, la madre y
la materia; por otro lado, el cristianismo, de la mano de las filosofías
griegas, imprime una dualidad en la existencia humana, entre el cuerpo, materia
despreciable, y el alma, elemento que nunca llega a definirse concretamente, y
que es símbolo de la vida futura que le espera al sujeto libre de pecado.
El problema de la lengua paterna es que no tiene
contraparte afectiva, no logra imponer una huella en el sujeto, ni es condición
de sentido de la experiencia, como lo es el lenguaje materno. El lenguaje
artificial, como describe León, no son más que palabras:
(…) al padre,
como concepto, solo le queda espacio en el pensamiento, de las palabras que lo
invocan y le dan un cuerpo diferente, sustituto del cuerpo sentido y culpable:
un cuerpo de palabras. (…) quiere decir que el propio padre genitor no tiene
cuerpo en su cuerpo, que es un padre impotente que no dejó marca.[3]
Contraponiéndolas, la lengua materna simboliza la
ensoñación de un mundo arcaico e ideal, la pasión de un mundo perfecto, mientras
que el lenguaje paterno simboliza la racionalidad, el pensamiento situado en un
mundo físico compuesto por objetos a los que hay que acceder por la negociación
de fuerzas productivas y corporales, y fuerzas culturales y simbólicas. Este
lenguaje, puramente anclado en los objetos concretos, en la medida en que
utiliza palabras que simbolizan cosas físicas, no se compara con el materno,
que es ensoñado e ideal, que no usa palabras sino huellas mnémicas, y no es
racional sino a-forme. Uno es palabra abstracta; el otro es palabra-pulsión,
sentimiento puro.
El momento arcaico y la poesía:
Como veníamos diciendo, el lenguaje materno
expresa en su fluidez entre el sentir y el cuerpo una forma total, un
movimiento natural; por el contrario, el lenguaje de las palabras es mas
racional, y no puede dar cuenta de los momentos arcaicos sin recurrir a
conceptos de otro orden, palabras como almo o espíritu, que son formas
artificiales de referirse al momento súper subjetivo entre el niño y la madre.
Esta forma verdadera y natural es la que refiere
León en Materialismo Ensoñado cuando hable de la “poesía-poesía”, la poesía
real cargada de sentimiento evocando ese lenguaje primario y esencial. La
Magna-Mater es portadora de una carga afectiva fuerte, una corporalidad
sentida, vacía de conceptos y signos, es un lenguaje independiente del sujeto,
un lenguaje independiente del mundo, puramente subjetivo construido en esa
etapa ideal en la relación pura con la madre que es el mundo, una completud
entre sujeto y mundo, esa sensación oceánica expresada en su máxima gama,
totalidad, sin dualidad. Esta es la materia de la que se moldea la verdadera
poesía.
En este sueño de la unidad con el cuerpo materno, esta estela ensoñada, origen inconsciente de
la conciencia y de todo pensamiento, no se conoce un exterior; cuando aparece
conciencia del mundo aparece con esto también un lenguaje compartido, referente
a los objetos. Aunque el lenguaje secundario, el lenguaje del mundo se pare encima
de este lenguaje arcaico, no lo borra, sino que construye sobre el, y por lo
tanto queda determinado de una forma leve por este. El lenguaje primario
persiste y es susceptible de ser evocado en momentos de gran emoción pero
también de gran capacidad regresiva, de poder evadir a tal punto el lenguaje
secundario que se abstrae de el para volver virtualmente a aquella ensoñación. La
poesía es prolongar la ensoñación, reflejo del momento arcaico. En la poesía se
da una inversión irónica, por decirlo de alguna manera, en donde, por medio de
las palabras del mundo, única arma del cristianismo para evocar a su
Dios-Padre, se recrea el momento materno usándolas pero de una manera
despreciativa, pues en el mismo corpus de palabras puede sentirse arder el
mismo fuego que alguna vez dejo marcas sensibles en nuestro cuerpo, y que las
palabras se empeñan en negar. La palabra es realidad abstracta, pero aquí se
usa para representar el momento mas materno y natural, un sentir puro a través
de un elemento innoble, “cascaras vacías”, como las denominara Nietzsche.
El primer lenguaje no conoce la palabra y tampoco
conoce esa asociación sensible entre palabra-experiencia-significado, desconoce
la palabra como significante y significado, y sin su modo sensible no atribuye
sentido a las cosas, a los objetos y las experiencias. Sin embargo, sin este
primer lenguaje no podría existir ningún otro pues es en esta etapa en donde se
produce la primera valoración del sujeto.
Si vuelve satisfactoriamente de la regresión
emotiva conservando aun algún resabio de este lenguaje arcaico, puede intentar
una “trasfiguración”, un traspaso de aquel lenguaje al lenguaje secundario, el
lenguaje de las palabras y de esta manera construir una verdadera poesía. Una
poesía nacida de las palabras de este mundo, el mundo cotidiano y cultural, no
es más que una poesía a medias. La poesía-poesía, recupera la lengua perdida y
dada por muerta, negada por el triangulo edipico cristiano, recupera un
sentimiento profundo, hace hablar de nuevo a la mater.
Planteo la importancia de regresar al lenguaje materno
en la vida cotidiana, a la cual se debe invocar para recuperar el sujeto
activo, libre y no sujetado, dejando atrás el adulto temeroso de dios y de si
mismo, temeroso de su propio origen, de su parte materna, sin la cual no tiene
materialidad, no tiene historia.
La poesía verdadera es una buena forma de llegar a
este momento, de traerlo y compartirlo, y es a la cual se deberá regresar si se
quiere expresar en palabras la verdadera naturaleza de este momento fundante
para construir una poesía genuina. La poesía como forma de resistencia, es una
herramienta desafiante para reverdecer lo primario inconsciente, para
escarmentar al padre interno y represor que se impone con la palabra pero que
teme el sentir corpóreo. Se usa la palabra para exorcizarlo, usar su mismo
método de represión para demostrarle que aun esta vigente la madre a la cual le
intenta robar el lugar.
Se buscará así eliminar el cuerpo cristiano atravesado
por el terror y la auto represión, que convierte también a lo real en una
objetividad espectral, desnuda, vacía, sin el componente esencial, que es la
esencia de madre, la materialidad completa, sin dualidad, remplazándolo por un
cuerpo nuevo de recobrada materialidad, que glorifique el caos de sensaciones
ilimitadas del lenguaje materno.
El ensueño materno es el que le da a las cosas su
valor humano, y si se lo niega el mundo queda lleno de cosas sin sentido, sin
humanidad, vacías, libres para la explotación capitalista. Por lo tanto es
importante que se recupere el lenguaje materno, que se vuelva cotidiano, que se
vuelva una forma de vida, una regresión constante, con la poesía como
estandarte.
El objetivo de la poesía genuina es reinvertir la
inversión del cristianismo recuperando el lugar materno a los orígenes,
manteniendo ese fuego sagrado el mayor tiempo posible, poniendo al alcance de
todos la verdadera fuente de la materia pensante, la corporalidad sentida
regresando del exilio que le impuso el cristianismo, pero que no pudo matarla
porque matarla seria matar el cuerpo, y la corporalidad ensoñada, el lenguaje
arcaico permanece como memoria mnémica mientras el cuerpo siga con vida.
Refugiada en los subsuelos de la experiencia, el lenguaje primario se mantiene
presente y es susceptible de ser invocado, representado de distintas maneras.
Elijo para cerrar y sintetizar el concepto de la
necesidad de la poesía en la vida cotidiana, palabras del mismo León, en donde
encontramos la esencia misma de la poesía y su impronta en lo sensible:
“¿No será la
palabra poética el sueño de otro sueño?”. Así entonces, como pensamos, la
palabra de moneda corriente es la que dice que “la vida es sueño”, pero sueño
vivido como si fuera la realidad misma, sin conciencia de ser sueño todavía,
-aunque asi la haya titulado otro poeta-, y hay detrás de él otro sueño
escondido aun sin palabras, a las que el poeta le pone las suyas para que la
madre vuelva a hablarnos y reverdecerla como siempreviva. En la poesia-poesia
es siempre la madre la que vuelve a hablar de profundis desde el habla
originaria. Entonces podría decirse que la poesía nuevamente, para que
florezca, la materialidad humana ensoñada primera, sin la cual el sentido
mágico de la vivencia poética no existiría – y la vida cantante y sonante
tampoco.[4]
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