Aquí encontraran algunos los artículos, investigaciones y ensayos académicos que realicé en los últimos años. Los mismos varían considerablemente en sus temáticas, debido a mi constante curiosidad e inquietud a la hora de interesarme por los fenómenos del mundo. Desde la filosofía a la sociología, desde la historia hasta el pedagogía, o desde artículos de opinión hasta investigaciones periodísticas de actualidad, todos estos trabajos tienen sin embargo un eje común, y este es mi contante voluntad de poner mi cabeza y mi empeño en no conformarme con el mundo que aparece todas las mañanas, el que venden los medios de comunicación, ese mundo que se presenta a si mismo como unidimensional e inmutable.

lunes, 7 de abril de 2014

La búsqueda del Ser Latinoamericano– Debate entre la Imposición Extranjera y el orden del mundo

La imposición cultural

Octavio Paz, poeta mexicano que vivió y escribió en el siglo xx, reflexiona en su libro “el laberinto de la soledad” la extraña y triste situación del mexicano en su intento por vivir una vida plena en medio tantas voluntades y circunstancias que hacen de esa experiencia una travesía lamentable. En su análisis de las formas de vivir y pensar de los mexicanos, concluye que el sujeto es dócil, está quebrado, padece una existencia dual, en tanto no es dueño de su autonomía cultural. Por esta circunstancia, producto del imperialismo y la colonización, la invasión del extranjero  tiene una fuerte crisis de identidad y no logra hacer pie en la modernidad, que fue traída a su historia por imposición. El análisis de Octavio es crudo y esencial: el mexicano ha perdido todo, está solo, sin madre (sin naturaleza), sin padre (sin historia), y hasta despojado de sí mismo, ya que no se reconoce como tal, sino que se niega, y se representa a través de imágenes importadas, impuestas.

Esta imagen es la misma para el resto de América Latina. La situación estructural a la que fue sometido el continente hizo que estos síntomas culturales y sociales fuesen similares a lo largo del continente, por lo que es pertinente tomar las palabras de Octavio Paz en aquel fuerte testimonio, allí por el año 1950, sobre la necesidad de reencontrarse con aquello que nos representa realmente, despojarse de las ataduras que nos mantienen enmascarados, viviendo con miedo de reconocer la verdad, y finalmente quebrar las paredes impuestas que hacen de esta vida un “laberinto de soledad”. Si las paredes que construyeron este laberinto están hechas de ideologías impuestas, construyamos un lenguaje propio que nos permita negarlas, y escapar de este laberinto hacia arriba, hacia adentro, hacia el reencuentro del verdadero ser latinoamericano.

A través de distintos autores que en los últimos dos siglos se tomaron la valiente tarea de recuperar y pensar desde el sur, es innegable que el sujeto latinoamericano ha sido víctima de constante asedio a lo largo de su historia. El tormento se convierte en escisión, en dualidad, pues la pérdida de las costumbres lo deja huérfano, manchado con la sangre de sus padres asesinados. Los latinoamericanos son los sujetos sin patria, están a la deriva envueltos en la soledad más profunda, pues el acople a culturas extranjeras lo invade, lo perturba y lo confunde; esta pero que solo, pues ni siquiera esta con sí mismo; su propio ser esta diluido en una bruma de imposición cultural.

En sus expresiones, actitudes y preferencias distintivas, en todas sus dimensiones, en su pasado y en su presente, el sujeto latinoamericano se revela como un ser cargado de tradición. La identidad nacional, la tradición, la cultura, son las esferas que definen una comunidad. Estas cualidades se han ido borrando sistemáticamente con la penetración cultural de distintas vertientes extranjeras, planificadas con el motivo concreto de colonizar intelectualmente a las naciones.

Es preciso entender la importancia de una colonización cultural como la que ha sufrido Latinoamérica para el devenir de una sociedad. Secretas raíces engendran ligaduras que atan al hombre con su cultura, adiestran sus reacciones y sustentan la armazón definitiva de la espiritualidad. La identidad. La esencia. El núcleo vital de una persona se construye a partir de su tradición y su historia, lo que le cuentan y lo que le transmiten, lo que ve a través de su coyuntura inmediata (la arquitectura y los hábitos sociales, herencia muerta y viva de sus antepasados), su legado, todo esto constituye su forma de ser, su actitud ante la vida, sus anhelos y deseos, su proyecto de vida, sus pasiones, los motivos por los que lucha (o deja de luchar, lo que es aún peor).

El ser sudamericano es un ser derrotado, estructuralmente construido para aceptar una imposición, para agachar la cabeza. La derrota, la aceptación de un padre que en realidad es un invasor, es también la aceptación de una realidad falsa, el aprendizaje de un lenguaje extranjero, la asistencia a escuelas de adoctrinamiento externos, que hacen olvidar el pasado, borran la huella de la historia y construyen una nueva. La historia la cuentan los vencedores y no los vencidos. La historia de los vencidos desaparece.

Sin embargo hay algo que permanece, una vertiente de permanencia recorre las venas de Latinoamérica. En la sangre, en la tierra, en la memoria del viento late un ansia de ser, de salir, de volver. El propósito de estas líneas es analizar las heridas abiertas, las cicatrices que nos dejaron las amputaciones de nuestra verdadera identidad, para entender el proceso de conquista cultural, y construir a partir de una noción solida las bases de un proyecto de emancipación ideológica.

La imposición histórica

"Entonces todo era bueno
y entonces fueron abatidos.
Había en ellos sabiduría.
No había entonces pecado. . .
No había entonces enfermedad
no había dolores de huesos. ..
Rectamente erguido iba su cuerpo entonces.
No fue así que hicieron los extranjeros
cuando llegaron aquí.
Ellos enseñaron el miedo,
vinieron a marchitar las flores.
Para que su flor viviese
dañaron y sorbieron la flor de nosotros".

Poema Maya de la época de la conquista española.

La civilización avanza. La modernidad, la globalización, sus bastiones principales, avanzan con ella. Nuevos valores morales que ordenan al mundo. Ciencia, progreso, modernidad, cristianismo, y la historia se escribe con ellos. Sin embargo al construir estos valores otras cosas se quiebran, otras existencias se aplastan, otras formas de vida caen al olvido. Es pertinente, entonces, tratar de recuperar esa historia perdida, estas huellas de la estampida, los restos del naufragio que dejó este aluvión de modernidad en nuestra tierra y nuestra tradición. ¿Cuáles fueron los eventos fundamentales que dieron lugar a esta existencia partida? ¿Qué elementos hacen de esta precariedad del ser algo estructural? ¿Qué podemos/debemos hacer para recuperar el rumbo?

Octavio Paz propone que antes de la acción que busque transformar la realidad, la verdadera acción revolucionaria, la famosa praxis marxista, la búsqueda de modificar la estructura de la sociedad, se debe realizar un paso previo de autoconocimiento, para asegurarse de que los motivos, los deseos y los objetivos que orientan esa acción sean legítimos, válidos y puros, que no sean fruto de una ideología impuesta, que no sean herencia de una falacia, sino que respondan a la voz del pueblo, a su lucha y a su esencia. Toda acción que no esté orientada en este sentido es acción revolucionaria desperdiciada. En palabras del cantautor uruguayo Jorge Drexler, “En tren con destino errado Se va más lento que andando a pie”.

También Paz propone dos momentos de fuerte ruptura en la historia cultural y esencial de la identidad nacional latinoamericana: la conquista, y la independencia.

Comenzando por el primer hito, podemos decir que, en resumen, se contemple la Conquista desde la perspectiva indígena o desde la española, este acontecimiento es expresión de una voluntad unitaria. A pesar de las contradicciones que la constituyen, la Conquista es un hecho histórico destinado a crear una unidad de la pluralidad cultural y política precortesiana. Frente a la variedad de razas, lenguas, tendencias y Estados del mundo prehispánico, los españoles postulan un solo idioma, una sola fe, un solo Señor.

El estado emergente en los territorios colonizados después de la conquista se construyó a imagen y semejanza del estado Español, un sistema político vertical y autoritario con un fuerte carácter civilizatorio y religioso. Buscaban generar su propio universo en la nueva tierra aparecida de la nada.

Con los movimientos de los aborígenes de América, los incas, mayas y aztecas, pudimos ver cómo había una cultura propia de esta tierra, de su naturaleza y su relación con el mundo, que fue alterada con fuego y sangre a través de la llegada de los europeos y la expansión de nuevas formas sociales y culturales, religiosas y productivas. Junto con las botas y los fusiles, avanzaron los sacerdotes y los esclavistas, propagando el cristianismo y el castigo. Esta fue la primera muerte del pueblo americano.

La desconfianza, el disimulo, la reserva cortés que cierra el paso al extraño, la ironía, todas, en fin, las oscilaciones psíquicas con que al eludir la mirada ajena nos eludimos a nosotros mismos, son rasgos de gente dominada, que teme y que finge frente al señor. Miedo y recelo son recuerdos de la dominación, temor al castigo. Esta es la mayor expresión de la imposición cultural a nivel psico-social, a nivel de la estructura de la identidad cultural.

La sociedad colonial es uno de los factores centrales que inciden en la conformación de la independencia como la segunda gran mentira en contra del sujeto latinoamericano. La composición de la sociedad colonial, erigida sobre la sangre derramada en la conquista, devino en una sociedad vertical y opresora, con fuertes castas asentadas en el poder de la colonia.

A partir de la decadencia de los pueblos nativos luego de la conquista, se fue conformando un nuevo orden social a partir de los estratos sociales establecidos por la corona española por medio de su división territorial y su forma de gobierno llevada a cabo por los intendentes y virreyes.

Se da un nacimiento de nuevas clases sociales a partir de la sociedad colonial. A medida que los días de las colonias avanzaban, el sistema social se afianzaba y tomaba color propio, más allá de responder a los intereses de la corona. Sin embargo, con el paso del tiempo, crecieron en número los mestizos y criollos, y los más acomodados social y económicamente, fueron consolidando una nueva aristocracia que buscaba un proyecto propio, diferenciándose de las ideas provenientes de Madrid.

Ahora bien, este proyecto político en ascenso poco tenía que ver con los pueblos latinoamericanos, sino simplemente con una posibilidad concreta de lograr una administración controlada por ellos mismos, y que fuese en términos favorables a sus intereses. Cuando los lazos que unían a Madrid con sus posesiones dejaron de ser cordiales, la organización colonial ya operaba como un organismo viviente y autónomo. A España solo los unía la inercia.

El segundo momento, como se ha dicho, es el de la independencia, lo que nos lleva a un punto mucho más intrincado y debatible. Es casi demasiado obvio que la conquista significo una derrota para el pueblo nativo de América, una imposición, y un sufrimiento bajo el yugo de los nuevos inquisidores que crearon nuevas reglas de juego y se presentaron como los amos del nuevo mundo. Pero este paso, tan sensible, y a la vez tan directo para nuestra historia social, como es el de la independencia, es central para entender esta nueva forma de dominación, o mejor dicho, esta nueva forma de alienación, de separación de la propia esencia, este camino equivocado que nos aleja de la propia existencia, de la patria, del ser pleno.

Repasemos rápidamente el contexto histórico mundial que facilita la llegada de las revoluciones de independencia en toda América latina:
1776 – independencia de estados unidos: una nueva forma de entender la política y la organización social surge de entre los insurgentes ingleses inconformistas sumados a los emergentes intelectuales norteamericanos. Esta revolución tiene características exclusivas del acontecer político, los intelectuales, el entorno inglés y las colonias norteamericanas.
1789 – Revolución Francesa: fin de una etapa política y surgimiento de nuevos derechos y poderes, espacios y voluntades.
1798 – Expansión Napoleónica: invade media Europa. Decadencia de las monarquías europeas.
1810 – Surgimiento de las Revoluciones de Independencia de las colonias americanas.

La independencia en Sudamérica ha tomado un curso particular pero similar en todos los países que lo componen. La mitad de los países fueron libertados por San Martin, la otra por Bolívar. Sus componentes, a su vez, también fueron similares, casi al punto de que podemos caracterizar a toda Latinoamérica como una en este análisis. Repasemos los actores centrales que tomarían parte en esta puesta en escena: el rey de la nación madre, en Europa; los virreyes regentes en las “provincias” aquí en América; la aristocracia colonial, hombres de la corona; los criollos; los intelectuales locales; los mestizos; los esclavos; los aborígenes.

La situación del pueblo en el periodo colonial devino en una actitud servil y sumisa por parte de las masas. No había, en aquel momento, un movimiento local, impulsado por voluntades inconformistas de estas tierras, dispuesta a revelarse y a llevar a adelante una revolución. En aquel momento predominaba aun la psicología del temor, heredera de la conquista.

El elemento central de esta independencia es que proviene de arriba, de un sector de la aristocracia y los intelectuales acomodados, y que esta copiada de la estadounidense, y por ello, no tiene nada de propio de las tierras de Latinoamérica. La personalidad de los dirigentes es más neta y más radical su oposición a la tradición hispánica, pero no así el pueblo que habitaba aquellas tierras. Aristócratas, intelectuales y viajeros cosmopolitas, no solamente conocen las nuevas ideas, sino que frecuentan a los nuevos hombres y a las nuevas sociedades. Los grupos y clases que realizan la Independencia en Suramérica pertenecían a la aristocracia feudal nativa; eran los descendientes de los colonos españoles, colocados en situación de inferioridad frente a los peninsulares.

Así pues, la lucha por la Independencia tendía a liberar a los "criollos" de la momificada burocracia peninsular aunque, en realidad, no se proponía cambiar la estructura social de las colonias. Utilizaban un lenguaje moderno, eran eco de las revoluciones francesa y norteamericana. Esta nueva filosofía no buscaba reivindicar al pueblo, no buscaba establecer una nación justa, sino la creación de un estado, con raíces modernas y civilizadas. No se preguntan por la sociedad, ni por las clases, ni los pueblos necesitados, ni el verdadero latir del pueblo. Impusieron la religión como freno moral y ordenador de las conductas, como freno a los instintos populares, límites a las pasiones, leyes y castigo a los pecadores.
Sobre las bases de la constitución y la nación de los intelectuales y nobles, se erigieron los imperios terratenientes y las clases políticas explotadoras. La sociedad colonial es un orden hecho para durar. Quiero decir, una sociedad regida conforme a principios jurídicos, económicos y religiosos plenamente coherentes entre sí y que establecían una relación viva y armónica entre las partes y el todo. Gracias a la religión el orden colonial no es una mera superposición de nuevas formas históricas, sino un organismo viviente.

El Estado proclama una concepción universal y abstracta del hombre: la República no está compuesta por criollos, indios y mestizos, como con gran amor por los matices y respeto por la naturaleza heteróclita del mundo colonial especificaban las Leyes de Indias, sino por hombres, a secas. Y a solas.

Intelectuales clave como Sarmiento y Alberdi, más allá del fuerte y constante trabajo que realizaron para la consolidación del estado y la nación argentina, justamente en estos dos aspectos se equivocaron al concebirlos: nación y estado. Esto no existía aquí, no surgió naturalmente de los sentires de nuestros ciudadanos. La constitución, las instituciones, todas estas grandes ideas que cambiarían para siempre la forma de hacer política y de entender el desarrollo civilizatorio y moral de nuestra nación, FUERON CONSTRUCCIONES TRAIDAS DE AFUERA. AGENAS A NUESTRO PUEBLO. IMPUESTAS. EXOGENAS. 

Sarmiento brinda un ejemplo paradigmático de esta imposición política que fue la revolución de la independencia. En su Facundo realiza un estudio sociológico magistral sobre el carácter del argentino. Más allá de ser un libro con ciertos principios altamente reprochables, es difícil juzgarlo con los ojos de hoy, donde el conocimiento global de la historia y los resultados de ciertas políticas nos hacen entender que la distinción entre barbarie y civilización era tosca y xenofóbica.

Sin embargo, el análisis de Sarmiento es profundo y toca cuerdas sensibles del latir argentino, sobre todo de los habitantes del interior del país, escapando de la ciudad portuaria de Buenos Aires, tan cosmopolita, tan influenciada por las distintas nacionalidades, tan permeable a todas las ideas y escritos que bajaran de los barcos. Analizando los pueblos de las provincias, Sarmiento percibe la fuerte relación del carácter argentino y las amplias extensiones de tierra, el sonido del viento y las imponentes montañas. En ellos reside el secreto de la configuración de los pueblos, sus costumbres y sus proyectos.

Ahora bien, Sarmiento no se detiene en este análisis sino que continua con su juicio de valor, generado por su exagerada afición al modelo emergente norteamericano y a las políticas europeas, y propone que esta cultura “gauchesca” era lo opuesto a la civilización, que sus formas de ser impedían el desarrollo de una nación civilizada y moderna, y que por ello había que erradicarla, ya sea “por la espada o la palabra”, esto es, educación para amoldarse a las formas europeas que se importaban al por mayor. También consideraba que había que poblar estas llanuras con extranjeros que contagiaran su civilización al resto y así poder erradicar a estos “sentires populares”, tan afines a la tierra, tan nuestros, tan intrínsecamente relacionado con la naturaleza, con el orden natural.

Ante esta mentira no se puede erigir una nación coherente. Por tanto, esta cuestión de términos, que parece simple y de poca importancia, lo es todo para entender el desarrollo de una nación ajena a sus propios habitantes. Es, por lo tanto, una mentira, una falacia, una construcción que se erige sobre nosotros, ocultando nuestra patria de nuestros ojos, obstruyendo el camino de regreso a casa. Construyeron un monumento como nación imitando las formas europeas y norteamericanas, y nos impiden el paso hacia otro camino, nos hacen vivir bajo su sobra.

Es aquí donde creo que debemos poner el foco del análisis para la dualidad de los habitantes de América: estamos viviendo en un formato que nos han impuesto, y que nos impide ver con certeza el camino hacia la realización de nuestra propia esencia.

El nuevo modelo que sale de la Independencia, los Estados y Naciones, es un modelo hibrido. Las Repúblicas se proclamaron a los cuatro vientos, como si tratasen de convencer al resto de su existencia. No fue el grito popular el que pidió con sudor y lágrimas el cambio del sistema social, fueron las aristocracias locales las que vinieron a vender este nuevo producto político ante unas masas atónitas que apenas y entendían lo que estaba pasando. Se consolidaron sobre constituciones armadas por unos pocos. Las naciones no existían. Los rasgos nacionales se fueron buscando más adelante:

“en muchos casos, no son sino consecuencia de las predica nacionalista de los gobiernos. Aun ahora, un siglo y medio después, nadie puede explicar satisfactoriamente en qué consisten las diferencias “nacionales” entre argentinos y uruguayos, peruanos y ecuatorianos, guatemaltecos y mexicanos. Nada tampoco – excepto la persistencia de las oligarquías locales, sostenidas por el imperialismo norteamericano – explica la existencia en Centroamérica y las Antillas de nueve republicas” (Paz, Octavio. 1950, pag. 51)

Aunque le cueste entender a algunos, no existen los modelos para armar. Las leyes en materia de ciencias sociales y fenómenos culturales no existen, o son de difícil adaptación. La idea de construir una nación soberana a partir de lo que espiaron de Estados Unidos era noble, pero irreal y forzada. Los cambios sociales deben provenir del mismo devenir social de un momento histórico en una sociedad determinada, forzada a una situación límite por conflictos sociales particulares que toquen cuerdas fundamentales del sentir de los pueblos. De otra manera, los cambios serán a medias, y no lograrán hacer asidero en ningún grupo social que pueda continuar con la lucha revolucionaria. Sería como intentar prender fuego un gran campo mojado con una mera chispa idealista.

De la misma manera los planes traídos de afuera por los nuevos intelectuales de la joven aristocracia criolla no tenían una construcción natural, sino que eran ajenos al momento social de los pueblos latinoamericanos. Por esto, la novedad traída por estos, estas nuevas naciones hispanoamericanas, eran en realidad engañosas, no mostraban la realidad de un movimiento social concreto, más bien eran invenciones realizadas por necesidades políticas y militares del momento. Pero la nueva forma política se ve desprovista de base social que la sustente. Al romper los lazos con el pasado, se encuentra desasociada de la realidad social de los habitantes.

Las constituciones, liberales y democráticas, sirvieron para vestir de modernas las supervivencias del sistema colonial. La ideología liberal y democrática, lejos de expresar nuestra situación histórica concreta, la ocultaba. La mentira política se instaló en nuestros pueblos casi constitucionalmente. El daño moral ha sido incalculable y alcanza zonas muy profundas de nuestro ser.

El orden del Mundo

La mentira nos ha habitado desde nuestro nacimiento. Mataron a nuestros padres, nos vendieron a padres adoptivos que usaban mascaras ante nosotros, y se fueron alternando el mandato con arreglos personales y farsas de todo tipo. Utilizan el lenguaje de la libertad para figurarnos sueños y utopías, vaciando su significado revolucionario, dejándonos sin armas para recuperar la vista. De ahí que la lucha contra la mentira oficial sea el primer paso en toda tentativa seria de reforma.

Es por esto que la acción y el pensamiento crítico son fundamentales para construir un proyecto emancipatorio. Es preciso también cuestionar la idea de carácter nacional, que a veces parece una concepción creada. En ciertos períodos los pueblos se vuelven sobre sí mismos y se interrogan. Hacerse preguntas, criticar lo establecido, buscar las respuestas en el origen, buscar la esencia, sacarse de encima lo impuesto, lo ajeno, lo que estorba, lo que interrumpe el camino entre el sujeto y su conciencia. El sujeto debe recurrir a la historia para conocerse, y una vez que reconoce su herencia y su necesidad, puede volcarse a la acción:

“Despertar a la historia significa adquirir conciencia de nuestra singularidad, momento de reposo reflexivo antes de entregarnos al hacer”. (Paz, Octavio. 1950, pag. 1)

El nuevo mundo que se abre luego de la revolución francesa, el mundo de la modernidad y los derechos universales, del liberalismo y la expansión capitalista, pretende imponerse de manera global sobre todas las concepciones, generando una unilateralidad de la visión, y a su vez un sujeto unidimensional, como dijera Marcusse, compatible con este modelo de existencia, con este orden que se pretende presentar como dado, como fundamento de existencia.

La globalización se abre paso entre las fronteras nacionales, y  las nuevas reglas de juego pasan a ser iguales para todos los países. Durante el transcurso del siglo corto, del 1917 a 1989 (tal como lo define Eric Hobsbawm, que lo caracteriza por la lucha de potencias que tratan de imponer una visión unilateral del mundo, el capitalismo occidental y el comunismo de Europa oriental) imperó una nueva lógica de “amigo o enemigo”. El avance de los monopolios culturales fue brutal, en medio de esta lógica expansionista, en donde los afamados derechos universales del hombre quedaban a veces dejados a un costado.

Sin embargo, llega el momento de las naciones latinoamericanas de buscar su propia historia, su propio relato, su propio orden del mundo en donde se sienta a gusto. De esta forma, la búsqueda del orden natural de las cosas, de entender la naturaleza como patria, y de entender la necesidad de construir una nación desde cero pasan a ser preocupaciones centrales de los intelectuales latinoamericanos a mediados del Siglo XX.

A su vez, estos intelectuales entienden la necesidad de que esta voluntad de alterar el orden del mundo provenga también del pueblo, a través de la educación, de movimientos teóricos y sociales emancipatorios que permitan otra manera de percibir el mundo. La Teología para la liberación, La Pedagogía del oprimido, Revisionismo Histórico y la Filosofía de la Liberación, de Gutierres Merino, Freire, Jauretche y Dussel, respectivamente, son ejemplos de estos movimientos. Pues en un orden del mundo impuesto, que se presenta como la verdad absoluta no hay critica, no hay revolucionarios, solo sujetos que aceptan el orden establecido.
Aquí podemos arrojarnos hacia otro debate: el hombre, el orden natural, el hombre tratando de organizar el mundo, la tensión entre naturaleza y sociedad, la existencia en el mundo, la existencia de un mundo modificado por el hombre, el caos y el orden, el dominio de los hombres más fuertes sobre los más débiles, la transformación del mundo por parte de los más fuertes. El orden natural es que el propongo buscar para empezar de cero, para que sea modificado por nosotros mismos, los habitantes de esta tierra que es Latinoamérica.

Pero el hombre modifica el mundo, al que considera desordenado (sobre todo en estos nuevos siglos de modernidad, progreso, desarrollo, ciencia y tecnología, que se ha impuesto mediante la democracia y la expansión del capitalismo) y genera un nuevo orden, social y moral, al que todos deben adaptarse.

 “El hombre colabora activamente a la defensa del orden universal, sin cesar amenazado por lo informe. Y cuando este se derrumba debe crear uno nuevo, esta vez suyo. Pero el exilio, la expiación y la penitencia deben proceder de la reconciliación del hombre con el universo. (…) temo que hayamos perdido el sentido mismo de toda actividad humana: asegurar la vigencia de un orden en el que coincidan la conciencia y la inocencia, el hombre y la naturaleza” (Paz, Octavio. 1950, pag. 8)

El mundo moderno esta armado alrededor de una ilusión. El sistema político es una ficción impuesta. De la independencia sale la era de la modernidad y la filosofía del orden y el progreso. Sin embargo esta edificado sobre una mentira impuesta, y el pueblo vive esta etapa ajeno a las voluntades del estado. El disfraz positivista no estaba destinado a engañar al pueblo, sino a ocultar la desnudez moral del régimen. La nueva filosofía no tenía nada que ofrecer a los pobres. Sus principios rígidos, impuestos y ajenos se convierten en un armazón rígido que ahoga nuestra espontaneidad y mutila nuestro ser, sin espiritualidad, sin filiación histórica ni tradición, y con nuestra cultura humillada ante las nuevas culturas masivas del mainstream capitalista. Por eso el siglo XX muestra el surgimiento de distintos movimientos sociales que buscan reivindicaciones; buscan una forma de ver el mundo que sea propia, que no sea una mentira, que no sea una construcción para validar el monopolio del poder político.

El mundo que nos imponen, el que nos hacen creer, se compone de una imagen del mundo y de la historia y un relato de lo que pasó, de dónde venimos. Una construcción del padre y de la madre, la historia y la tradición. Es esto de lo que debemos desembarazarnos. Tal como lo define Jauretche, una “falsificación de la historia y sus objetivos antinacionales”, porque “no hay política sin un conocimiento del pasado”.

Jauretche define la falsificación intencional de la historia como:

“una deformación transmitida de generación en generación, durante un proceso secular, articulando todos los elementos de información e instrucción que constituyen la superestructura cultural con sus periódicos, libros, radio, televisión, academias, universidades, enseñanza primaria y secundaria, estatuas, nomenclaturas de lugares, calles y plazas, almanaque de efemérides y celebraciones, y así...” (Jauretche, Arturo. En “Politica Nacional y Revisionismo Historico”1959. Pag. 15)

La necesidad de encontrar una historia propia es el paso fundamental para empezar a trabajar en un proyecto autónomo, tanto económico, político y social, y es el sustento legítimo que mantiene verdaderamente unida a una nación.

“lo que se nos ha presentado como historia es una política de la historia, en que esta es solo un instrumento de planes más vastos destinados precisamente a impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de una conciencia histórica nacional, que es la base necesaria de toda política de la Nación”. (Jauretche, Arturo. En “Política Nacional y Revisionismo Historico”1959. Pag. 16)

Por esto vemos movimientos que buscan recuperar la propia historia, para poder recuperar la memoria y la tradición, para desembarazarse de la mentira impuesta y encontrar un rumbo que permite mirar hacia adelante.

La búsqueda del ser

La historia de Latinoamérica es la historia de un pueblo que busca encontrar un leguaje que lo exprese, una comunión con la madre perdida, una plataforma propia donde poder pararse orgulloso y mirar al futuro con conciencia de la propia condición.

El ser latinoamericano esta buscando una comunión con su propia existencia, con su naturaleza, con su madre, y una reconciliación con la historia, con la tradición que lleva en la sangre. Estas bases son el sustento de la nación que esta floreciendo en el sur, que no puede erradicarse completamente, pues el carácter de una sociedad se mantiene vivo en la tierra. Es solo mediante el reencuentro con nuestra propia patria que podremos erigir una nación con las reglas propias de este pueblo, con su propio latir y su necesario fluir natural.

“Quien ha visto la Esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo, no sabe dónde, acaso entre los suyos. En cada hombre late la posibilidad de ser o, más exactamente, de volver a ser, otro hombre.”
 Paz, Octavio. 1950, pag. 9)

El desarrollo del ser, como se ha dicho, esta oprimido por las normas impuestas por la civilización moderna: Nuestras formas jurídicas y morales, mutilan con frecuencia a nuestro ser, nos impiden expresarnos y niegan satisfacción a nuestros apetitos vitales. Es por esto que el desafio de estos días es redescubrir el propio lenguaje, distinto al europeo y al norteamericano, un lenguaje que solo nosotros entendamos, con el cual podamos escribir nuestra propia historia, nuestra propia poesía que cuente los sentires del pueblo, el reencuentro con la madre. Y esto no puede suceder si no erradicamos de raíz la mentira que nos atraviesa:

“Pero no nos bastan los mecanismos de preservación y defensa. La simulación, que no acude a nuestra pasividad, sino que exige una invención activa y que se recrea a sí misma a cada instante, es una de nuestras formas de conducta habituales. Mentimos por placer y fantasía, sí, como todos los pueblos imaginativos, pero también para ocultamos y ponemos al abrigo de intrusos. La mentira posee una importancia decisiva en nuestra vida cotidiana, en la política, el amor, la amistad. Con ella no pretendemos nada más engañar a los demás, sino a nosotros mismos. De ahí su fertilidad y lo que distingue a nuestras mentiras de las groseras invenciones de otros pueblos. La mentira es un juego trágico, en el que arriesgamos parte de nuestro ser. Por eso es estéril su denuncia. El simulador pretende ser lo que no es. Su actividad reclama una constante improvisación, un ir hacia adelante siempre, entre arenas movedizas. A cada minuto hay que rehacer, recrear, modificar el personaje que fingimos, hasta que llega un momento en que realidad y apariencia, mentira y verdad, se confunden.” (Paz, Octavio. 1950, pag. 15)

Es clave salir de la mentira. Distinguir la mentira, y buscar la verdad. Una vez que se declara la guerra a la mentira, no hay vuelta atrás, porque la mentira extranjera no para, es constante, y está en permanente avance sobre las identidades populares y particulares, se impone, avanza, trasforma la vida social. Es importante mantener la barrera cerrada a las ideas extranjeras, y mantener encendida la llama de la propia patria, para no perder el propio camino, y para iluminar a quieres quieran y deban seguirlo.

La historia nos ayuda a comprender ciertos rasgos de nuestro carácter, a condición de que seamos capaces de aislarlos y denunciarlos previamente. Nosotros somos los únicos que podemos contestar a las preguntas que nos hacen la realidad y nuestro propio ser. Porque estamos solos. La soledad, fondo de donde brota la angustia, empezó el día en que nos desprendimos del ámbito materno y caímos en un mundo extraño y hostil. Hemos caído; y esta caída, este sabernos caídos, nos vuelve culpables. ¿De qué? De un delito sin nombre: el haber nacido. Nacer en una tierra sin patria. En vez de patria hay una nación falsa que nos cuenta una historia segmentada sobre los supuestos padres de nuestra progenie, y no nos cuenta la conquista, la masacre, la adopción de un modelo extranjero, y el gobierno de los pocos sobre unas masas a las que se extermino metódica y sistemáticamente, y cuyas tierras se repartieron entre pocas manos para construir sobre ella la clase dominante que protege los intereses foráneos.

Debe haber conocimiento de la historia. Pero no puede ser todo historia. No debe ser solo el reconocimiento de las circunstancias que moldearon nuestro carácter. Debe haber una búsqueda del origen.  Y el angustioso camino cuesta arriba hacia la derrocamiento de la ilusión política requiere un desgarramiento del orden del mundo impuesto. Toda reivindicación debe tener dos elementos centrales: un ansia legitima y arrolladora de cambio, una necesidad imperiosa de remover las estructuras que lo oprimen; una contrapartida ideológica que pueda sustentar el cambio para que quienes tengan que defender la revolución pueda remitir a ese sistema ideológico, y que sea autónomo, propio y no copiado o imitado. Estas voluntades revolucionarias se alimentan de las posibilidades frustradas de un régimen que mutila y asfixia la verdadera naturaleza de un pueblo, su tradición. El conflicto debe ser real y legítimo, debe interpelar al pueblo entero para que la revolución sea completa. La revolución no tiene ideas, es un estallido de realidad, un resurgir de ferocidades aplacadas por el miedo a ser. La revolución es una portentosa fiesta, un ansiado abrazo mortal, con el otro olvidado, el latinoamericano.


Reconquistar el pasado, asimilarlo y hacerlo vivo en el presente, esta es la voluntad de regreso, producto de la dialéctica de la soledad y la comunión. De la soledad surge la desesperación. La desesperación ya no puede solucionarse con ideas falsas y soluciones por imitación; las rechaza. La única salida de la desesperación es la búsqueda angustiosa de la redención y la posterior comunión. Alegría y desamparo, orfandad y júbilo, suicidio y vida. La revolución es la otra cara de Latinoamérica, la cara ignorada por la modernidad, por la civilización, el derecho, la democracia y el liberalismo. La cara ignorada por la independencia, rechazada por las potencias, humillada por las dictaduras. Es lo que no quieren que seamos. Es lo que debemos, por decantación, ser.

 (Rovere, Cristian. 2013, Buenos Aires, Argentina. ©)

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