La
imposición cultural
Octavio Paz, poeta
mexicano que vivió y escribió en el siglo xx, reflexiona en su libro “el
laberinto de la soledad” la extraña y triste situación del mexicano en su
intento por vivir una vida plena en medio tantas voluntades y circunstancias
que hacen de esa experiencia una travesía lamentable. En su análisis de las
formas de vivir y pensar de los mexicanos, concluye que el sujeto es dócil, está
quebrado, padece una existencia dual, en tanto no es dueño de su autonomía
cultural. Por esta circunstancia, producto del imperialismo y la colonización,
la invasión del extranjero tiene una
fuerte crisis de identidad y no logra hacer pie en la modernidad, que fue
traída a su historia por imposición. El análisis de Octavio es crudo y
esencial: el mexicano ha perdido todo, está solo, sin madre (sin naturaleza),
sin padre (sin historia), y hasta despojado de sí mismo, ya que no se reconoce
como tal, sino que se niega, y se representa a través de imágenes importadas,
impuestas.
Esta imagen es la
misma para el resto de América Latina. La situación estructural a la que fue
sometido el continente hizo que estos síntomas culturales y sociales fuesen
similares a lo largo del continente, por lo que es pertinente tomar las
palabras de Octavio Paz en aquel fuerte testimonio, allí por el año 1950, sobre
la necesidad de reencontrarse con aquello que nos representa realmente,
despojarse de las ataduras que nos mantienen enmascarados, viviendo con miedo
de reconocer la verdad, y finalmente quebrar las paredes impuestas que hacen de
esta vida un “laberinto de soledad”. Si las paredes que construyeron este
laberinto están hechas de ideologías impuestas, construyamos un lenguaje propio
que nos permita negarlas, y escapar de este laberinto hacia arriba, hacia
adentro, hacia el reencuentro del verdadero ser latinoamericano.
A través de distintos
autores que en los últimos dos siglos se tomaron la valiente tarea de recuperar
y pensar desde el sur, es innegable que el sujeto latinoamericano ha sido víctima
de constante asedio a lo largo de su historia. El tormento se convierte en escisión,
en dualidad, pues la pérdida de las costumbres lo deja huérfano, manchado con
la sangre de sus padres asesinados. Los latinoamericanos son los sujetos sin
patria, están a la deriva envueltos en la soledad más profunda, pues el acople
a culturas extranjeras lo invade, lo perturba y lo confunde; esta pero que
solo, pues ni siquiera esta con sí mismo; su propio ser esta diluido en una
bruma de imposición cultural.
En sus expresiones,
actitudes y preferencias distintivas, en todas sus dimensiones, en su pasado y
en su presente, el sujeto latinoamericano se revela como un ser cargado de
tradición. La identidad nacional, la tradición, la cultura, son las esferas que
definen una comunidad. Estas cualidades se han ido borrando sistemáticamente
con la penetración cultural de distintas vertientes extranjeras, planificadas
con el motivo concreto de colonizar intelectualmente a las naciones.
Es preciso entender la
importancia de una colonización cultural como la que ha sufrido Latinoamérica
para el devenir de una sociedad. Secretas raíces engendran ligaduras que atan
al hombre con su cultura, adiestran sus reacciones y sustentan la armazón
definitiva de la espiritualidad. La identidad. La esencia. El núcleo vital de
una persona se construye a partir de su tradición y su historia, lo que le
cuentan y lo que le transmiten, lo que ve a través de su coyuntura inmediata
(la arquitectura y los hábitos sociales, herencia muerta y viva de sus
antepasados), su legado, todo esto constituye su forma de ser, su actitud ante
la vida, sus anhelos y deseos, su proyecto de vida, sus pasiones, los motivos
por los que lucha (o deja de luchar, lo que es aún peor).
El ser sudamericano es
un ser derrotado, estructuralmente construido para aceptar una imposición, para
agachar la cabeza. La derrota, la aceptación de un padre que en realidad es un
invasor, es también la aceptación de una realidad falsa, el aprendizaje de un
lenguaje extranjero, la asistencia a escuelas de adoctrinamiento externos, que
hacen olvidar el pasado, borran la huella de la historia y construyen una
nueva. La historia la cuentan los vencedores y no los vencidos. La historia de
los vencidos desaparece.
Sin embargo hay algo
que permanece, una vertiente de permanencia recorre las venas de Latinoamérica.
En la sangre, en la tierra, en la memoria del viento late un ansia de ser, de
salir, de volver. El propósito de estas líneas es analizar las heridas
abiertas, las cicatrices que nos dejaron las amputaciones de nuestra verdadera
identidad, para entender el proceso de conquista cultural, y construir a partir
de una noción solida las bases de un proyecto de emancipación ideológica.
La imposición histórica
"Entonces todo era bueno
y entonces fueron abatidos.
Había en ellos sabiduría.
No había entonces pecado.
. .
No había entonces enfermedad
no había dolores de huesos. ..
Rectamente erguido iba su cuerpo
entonces.
No fue así que hicieron los
extranjeros
cuando llegaron aquí.
Ellos enseñaron el miedo,
vinieron a marchitar las flores.
Para que su flor viviese
dañaron y sorbieron la flor de
nosotros".
Poema Maya de la época de la
conquista española.
La civilización
avanza. La modernidad, la globalización, sus bastiones principales, avanzan con
ella. Nuevos valores morales que ordenan al mundo. Ciencia, progreso,
modernidad, cristianismo, y la historia se escribe con ellos. Sin embargo al construir
estos valores otras cosas se quiebran, otras existencias se aplastan, otras
formas de vida caen al olvido. Es pertinente, entonces, tratar de recuperar esa
historia perdida, estas huellas de la estampida, los restos del naufragio que
dejó este aluvión de modernidad en nuestra tierra y nuestra tradición. ¿Cuáles
fueron los eventos fundamentales que dieron lugar a esta existencia partida?
¿Qué elementos hacen de esta precariedad del ser algo estructural? ¿Qué
podemos/debemos hacer para recuperar el rumbo?
Octavio Paz propone
que antes de la acción que busque transformar la realidad, la verdadera acción
revolucionaria, la famosa praxis marxista, la búsqueda de modificar la
estructura de la sociedad, se debe realizar un paso previo de autoconocimiento,
para asegurarse de que los motivos, los deseos y los objetivos que orientan esa
acción sean legítimos, válidos y puros, que no sean fruto de una ideología
impuesta, que no sean herencia de una falacia, sino que respondan a la voz del
pueblo, a su lucha y a su esencia. Toda acción que no esté orientada en este
sentido es acción revolucionaria desperdiciada. En palabras del cantautor
uruguayo Jorge Drexler, “En tren con destino errado Se va
más lento que andando a pie”.
También Paz propone
dos momentos de fuerte ruptura en la historia cultural y esencial de la
identidad nacional latinoamericana: la conquista, y la independencia.
Comenzando por el
primer hito, podemos decir que, en resumen, se contemple la Conquista desde la
perspectiva indígena o desde la española, este acontecimiento es expresión de
una voluntad unitaria. A pesar de las contradicciones que la constituyen, la
Conquista es un hecho histórico destinado a crear una unidad de la pluralidad
cultural y política precortesiana. Frente a la variedad de razas, lenguas,
tendencias y Estados del mundo prehispánico, los españoles postulan un solo
idioma, una sola fe, un solo Señor.
El estado emergente en
los territorios colonizados después de la conquista se construyó a imagen y
semejanza del estado Español, un sistema político vertical y autoritario con un
fuerte carácter civilizatorio y religioso. Buscaban generar su propio universo
en la nueva tierra aparecida de la nada.
Con los movimientos de
los aborígenes de América, los incas, mayas y aztecas, pudimos ver cómo había
una cultura propia de esta tierra, de su naturaleza y su relación con el mundo,
que fue alterada con fuego y sangre a través de la llegada de los europeos y la
expansión de nuevas formas sociales y culturales, religiosas y productivas.
Junto con las botas y los fusiles, avanzaron los sacerdotes y los esclavistas,
propagando el cristianismo y el castigo. Esta fue la primera muerte del pueblo
americano.
La desconfianza, el
disimulo, la reserva cortés que cierra el paso al extraño, la ironía, todas, en
fin, las oscilaciones psíquicas con que al eludir la mirada ajena nos eludimos
a nosotros mismos, son rasgos de gente dominada, que teme y que finge frente al
señor. Miedo y recelo son recuerdos de la dominación, temor al castigo. Esta es
la mayor expresión de la imposición cultural a nivel psico-social, a nivel de
la estructura de la identidad cultural.
La sociedad colonial
es uno de los factores centrales que inciden en la conformación de la
independencia como la segunda gran mentira en contra del sujeto
latinoamericano. La composición de la sociedad colonial, erigida sobre la
sangre derramada en la conquista, devino en una sociedad vertical y opresora,
con fuertes castas asentadas en el poder de la colonia.
A partir de la
decadencia de los pueblos nativos luego de la conquista, se fue conformando un
nuevo orden social a partir de los estratos sociales establecidos por la corona
española por medio de su división territorial y su forma de gobierno llevada a
cabo por los intendentes y virreyes.
Se da un nacimiento de
nuevas clases sociales a partir de la sociedad colonial. A medida que los días
de las colonias avanzaban, el sistema social se afianzaba y tomaba color
propio, más allá de responder a los intereses de la corona. Sin embargo, con el
paso del tiempo, crecieron en número los mestizos y criollos, y los más
acomodados social y económicamente, fueron consolidando una nueva aristocracia
que buscaba un proyecto propio, diferenciándose de las ideas provenientes de
Madrid.
Ahora bien, este
proyecto político en ascenso poco tenía que ver con los pueblos
latinoamericanos, sino simplemente con una posibilidad concreta de lograr una
administración controlada por ellos mismos, y que fuese en términos favorables
a sus intereses. Cuando los lazos que unían a Madrid con sus posesiones dejaron
de ser cordiales, la organización colonial ya operaba como un organismo
viviente y autónomo. A España solo los unía la inercia.
El segundo momento,
como se ha dicho, es el de la independencia, lo que nos lleva a un punto mucho
más intrincado y debatible. Es casi demasiado obvio que la conquista significo
una derrota para el pueblo nativo de América, una imposición, y un sufrimiento
bajo el yugo de los nuevos inquisidores que crearon nuevas reglas de juego y se
presentaron como los amos del nuevo mundo. Pero este paso, tan sensible, y a la
vez tan directo para nuestra historia social, como es el de la independencia,
es central para entender esta nueva forma de dominación, o mejor dicho, esta
nueva forma de alienación, de separación de la propia esencia, este camino
equivocado que nos aleja de la propia existencia, de la patria, del ser pleno.
Repasemos rápidamente
el contexto histórico mundial que facilita la llegada de las revoluciones de
independencia en toda América latina:
1776 – independencia
de estados unidos: una nueva forma de entender la política y la organización
social surge de entre los insurgentes ingleses inconformistas sumados a los
emergentes intelectuales norteamericanos. Esta revolución tiene características
exclusivas del acontecer político, los intelectuales, el entorno inglés y las
colonias norteamericanas.
1789 – Revolución
Francesa: fin de una etapa política y surgimiento de nuevos derechos y poderes,
espacios y voluntades.
1798 – Expansión
Napoleónica: invade media Europa. Decadencia de las monarquías europeas.
1810 – Surgimiento de
las Revoluciones de Independencia de las colonias americanas.
La independencia en
Sudamérica ha tomado un curso particular pero similar en todos los países que
lo componen. La mitad de los países fueron libertados por San Martin, la otra
por Bolívar. Sus componentes, a su vez, también fueron similares, casi al punto
de que podemos caracterizar a toda Latinoamérica como una en este análisis.
Repasemos los actores centrales que tomarían parte en esta puesta en escena: el
rey de la nación madre, en Europa; los virreyes regentes en las “provincias”
aquí en América; la aristocracia colonial, hombres de la corona; los criollos;
los intelectuales locales; los mestizos; los esclavos; los aborígenes.
La situación del
pueblo en el periodo colonial devino en una actitud servil y sumisa por parte
de las masas. No había, en aquel momento, un movimiento local, impulsado por
voluntades inconformistas de estas tierras, dispuesta a revelarse y a llevar a
adelante una revolución. En aquel momento predominaba aun la psicología del
temor, heredera de la conquista.
El elemento central de
esta independencia es que proviene de arriba, de un sector de la aristocracia y
los intelectuales acomodados, y que esta copiada de la estadounidense, y por
ello, no tiene nada de propio de las tierras de Latinoamérica. La personalidad
de los dirigentes es más neta y más radical su oposición a la tradición
hispánica, pero no así el pueblo que habitaba aquellas tierras. Aristócratas,
intelectuales y viajeros cosmopolitas, no solamente conocen las nuevas ideas,
sino que frecuentan a los nuevos hombres y a las nuevas sociedades. Los grupos
y clases que realizan la Independencia en Suramérica pertenecían a la
aristocracia feudal nativa; eran los descendientes de los colonos españoles,
colocados en situación de inferioridad frente a los peninsulares.
Así pues, la lucha por
la Independencia tendía a liberar a los "criollos" de la momificada
burocracia peninsular aunque, en realidad, no se proponía cambiar la estructura
social de las colonias. Utilizaban un lenguaje moderno, eran eco de las
revoluciones francesa y norteamericana. Esta nueva filosofía no buscaba
reivindicar al pueblo, no buscaba establecer una nación justa, sino la creación
de un estado, con raíces modernas y civilizadas. No se preguntan por la
sociedad, ni por las clases, ni los pueblos necesitados, ni el verdadero latir
del pueblo. Impusieron la religión como freno moral y ordenador de las
conductas, como freno a los instintos populares, límites a las pasiones, leyes
y castigo a los pecadores.
Sobre las bases de la
constitución y la nación de los intelectuales y nobles, se erigieron los
imperios terratenientes y las clases políticas explotadoras. La sociedad
colonial es un orden hecho para durar. Quiero decir, una sociedad regida
conforme a principios jurídicos, económicos y religiosos plenamente coherentes
entre sí y que establecían una relación viva y armónica entre las partes y el
todo. Gracias a la religión el orden colonial no es una mera superposición de
nuevas formas históricas, sino un organismo viviente.
El Estado proclama una
concepción universal y abstracta del hombre: la República no está compuesta por
criollos, indios y mestizos, como con gran amor por los matices y respeto por
la naturaleza heteróclita del mundo colonial especificaban las Leyes de Indias,
sino por hombres, a secas. Y a solas.
Intelectuales clave
como Sarmiento y Alberdi, más allá del fuerte y constante trabajo que
realizaron para la consolidación del estado y la nación argentina, justamente
en estos dos aspectos se equivocaron al concebirlos: nación y estado. Esto no
existía aquí, no surgió naturalmente de los sentires de nuestros ciudadanos. La
constitución, las instituciones, todas estas grandes ideas que cambiarían para
siempre la forma de hacer política y de entender el desarrollo civilizatorio y
moral de nuestra nación, FUERON CONSTRUCCIONES TRAIDAS DE AFUERA. AGENAS A
NUESTRO PUEBLO. IMPUESTAS. EXOGENAS.
Sarmiento brinda un
ejemplo paradigmático de esta imposición política que fue la revolución de la
independencia. En su Facundo realiza un estudio sociológico magistral sobre el
carácter del argentino. Más allá de ser un libro con ciertos principios altamente
reprochables, es difícil juzgarlo con los ojos de hoy, donde el conocimiento
global de la historia y los resultados de ciertas políticas nos hacen entender
que la distinción entre barbarie y civilización era tosca y xenofóbica.
Sin embargo, el análisis
de Sarmiento es profundo y toca cuerdas sensibles del latir argentino, sobre
todo de los habitantes del interior del país, escapando de la ciudad portuaria
de Buenos Aires, tan cosmopolita, tan influenciada por las distintas
nacionalidades, tan permeable a todas las ideas y escritos que bajaran de los
barcos. Analizando los pueblos de las provincias, Sarmiento percibe la fuerte
relación del carácter argentino y las amplias extensiones de tierra, el sonido
del viento y las imponentes montañas. En ellos reside el secreto de la
configuración de los pueblos, sus costumbres y sus proyectos.
Ahora bien, Sarmiento
no se detiene en este análisis sino que continua con su juicio de valor,
generado por su exagerada afición al modelo emergente norteamericano y a las
políticas europeas, y propone que esta cultura “gauchesca” era lo opuesto a la
civilización, que sus formas de ser impedían el desarrollo de una nación
civilizada y moderna, y que por ello había que erradicarla, ya sea “por la
espada o la palabra”, esto es, educación para amoldarse a las formas europeas
que se importaban al por mayor. También consideraba que había que poblar estas
llanuras con extranjeros que contagiaran su civilización al resto y así poder
erradicar a estos “sentires populares”, tan afines a la tierra, tan nuestros,
tan intrínsecamente relacionado con la naturaleza, con el orden natural.
Ante esta mentira no
se puede erigir una nación coherente. Por tanto, esta cuestión de términos, que
parece simple y de poca importancia, lo es todo para entender el desarrollo de
una nación ajena a sus propios habitantes. Es, por lo tanto, una mentira, una
falacia, una construcción que se erige sobre nosotros, ocultando nuestra patria
de nuestros ojos, obstruyendo el camino de regreso a casa. Construyeron un
monumento como nación imitando las formas europeas y norteamericanas, y nos
impiden el paso hacia otro camino, nos hacen vivir bajo su sobra.
Es aquí donde creo que
debemos poner el foco del análisis para la dualidad de los habitantes de
América: estamos viviendo en un formato que nos han impuesto, y que nos impide
ver con certeza el camino hacia la realización de nuestra propia esencia.
El nuevo modelo que
sale de la Independencia, los Estados y Naciones, es un modelo hibrido. Las
Repúblicas se proclamaron a los cuatro vientos, como si tratasen de convencer
al resto de su existencia. No fue el grito popular el que pidió con sudor y
lágrimas el cambio del sistema social, fueron las aristocracias locales las que
vinieron a vender este nuevo producto político ante unas masas atónitas que
apenas y entendían lo que estaba pasando. Se consolidaron sobre constituciones
armadas por unos pocos. Las naciones no existían. Los rasgos nacionales se
fueron buscando más adelante:
“en
muchos casos, no son sino consecuencia de las predica nacionalista de los
gobiernos. Aun ahora, un siglo y medio después, nadie puede explicar
satisfactoriamente en qué consisten las diferencias “nacionales” entre
argentinos y uruguayos, peruanos y ecuatorianos, guatemaltecos y mexicanos.
Nada tampoco – excepto la persistencia de las oligarquías locales, sostenidas
por el imperialismo norteamericano – explica la existencia en Centroamérica y
las Antillas de nueve republicas” (Paz, Octavio. 1950, pag. 51)
Aunque le cueste
entender a algunos, no existen los modelos para armar. Las leyes en materia de
ciencias sociales y fenómenos culturales no existen, o son de difícil
adaptación. La idea de construir una nación soberana a partir de lo que
espiaron de Estados Unidos era noble, pero irreal y forzada. Los cambios
sociales deben provenir del mismo devenir social de un momento histórico en una
sociedad determinada, forzada a una situación límite por conflictos sociales
particulares que toquen cuerdas fundamentales del sentir de los pueblos. De
otra manera, los cambios serán a medias, y no lograrán hacer asidero en ningún
grupo social que pueda continuar con la lucha revolucionaria. Sería como
intentar prender fuego un gran campo mojado con una mera chispa idealista.
De la misma manera los
planes traídos de afuera por los nuevos intelectuales de la joven aristocracia
criolla no tenían una construcción natural, sino que eran ajenos al momento
social de los pueblos latinoamericanos. Por esto, la novedad traída por estos,
estas nuevas naciones hispanoamericanas, eran en realidad engañosas, no
mostraban la realidad de un movimiento social concreto, más bien eran
invenciones realizadas por necesidades políticas y militares del momento. Pero
la nueva forma política se ve desprovista de base social que la sustente. Al
romper los lazos con el pasado, se encuentra desasociada de la realidad social
de los habitantes.
Las constituciones,
liberales y democráticas, sirvieron para vestir de modernas las supervivencias
del sistema colonial. La ideología liberal y democrática, lejos de expresar
nuestra situación histórica concreta, la ocultaba. La mentira política se
instaló en nuestros pueblos casi constitucionalmente. El daño moral ha sido
incalculable y alcanza zonas muy profundas de nuestro ser.
El orden del Mundo
La mentira nos ha
habitado desde nuestro nacimiento. Mataron a nuestros padres, nos vendieron a
padres adoptivos que usaban mascaras ante nosotros, y se fueron alternando el
mandato con arreglos personales y farsas de todo tipo. Utilizan el lenguaje de
la libertad para figurarnos sueños y utopías, vaciando su significado
revolucionario, dejándonos sin armas para recuperar la vista. De ahí que la
lucha contra la mentira oficial sea el primer paso en toda tentativa seria de
reforma.
Es por esto que la
acción y el pensamiento crítico son fundamentales para construir un proyecto
emancipatorio. Es preciso también cuestionar la idea de carácter nacional, que
a veces parece una concepción creada. En ciertos períodos los pueblos se
vuelven sobre sí mismos y se interrogan. Hacerse preguntas, criticar lo
establecido, buscar las respuestas en el origen, buscar la esencia, sacarse de
encima lo impuesto, lo ajeno, lo que estorba, lo que interrumpe el camino entre
el sujeto y su conciencia. El sujeto debe recurrir a la historia para
conocerse, y una vez que reconoce su herencia y su necesidad, puede volcarse a
la acción:
“Despertar
a la historia significa adquirir conciencia de nuestra singularidad, momento de
reposo reflexivo antes de entregarnos al hacer”. (Paz, Octavio. 1950, pag. 1)
El nuevo mundo que se
abre luego de la revolución francesa, el mundo de la modernidad y los derechos
universales, del liberalismo y la expansión capitalista, pretende imponerse de
manera global sobre todas las concepciones, generando una unilateralidad de la
visión, y a su vez un sujeto unidimensional, como dijera Marcusse, compatible
con este modelo de existencia, con este orden que se pretende presentar como
dado, como fundamento de existencia.
La globalización se
abre paso entre las fronteras nacionales, y
las nuevas reglas de juego pasan a ser iguales para todos los países.
Durante el transcurso del siglo corto, del 1917 a 1989 (tal como lo define Eric
Hobsbawm, que lo caracteriza por la lucha de potencias que tratan de imponer
una visión unilateral del mundo, el capitalismo occidental y el comunismo de Europa
oriental) imperó una nueva lógica de “amigo o enemigo”. El avance de los
monopolios culturales fue brutal, en medio de esta lógica expansionista, en
donde los afamados derechos universales del hombre quedaban a veces dejados a
un costado.
Sin
embargo, llega el momento de las naciones latinoamericanas de buscar su propia
historia, su propio relato, su propio orden del mundo en donde se sienta a
gusto. De esta forma, la búsqueda del orden natural de las cosas, de entender
la naturaleza como patria, y de entender la necesidad de construir una nación
desde cero pasan a ser preocupaciones centrales de los intelectuales
latinoamericanos a mediados del Siglo XX.
A su vez, estos
intelectuales entienden la necesidad de que esta voluntad de alterar el orden
del mundo provenga también del pueblo, a través de la educación, de movimientos
teóricos y sociales emancipatorios que permitan otra manera de percibir el
mundo. La Teología para la liberación, La Pedagogía del oprimido, Revisionismo Histórico
y la Filosofía de la Liberación, de Gutierres Merino, Freire, Jauretche y
Dussel, respectivamente, son ejemplos de estos movimientos. Pues en un orden
del mundo impuesto, que se presenta como la verdad absoluta no hay critica, no
hay revolucionarios, solo sujetos que aceptan el orden establecido.
Aquí podemos
arrojarnos hacia otro debate: el hombre, el orden natural, el hombre tratando
de organizar el mundo, la tensión entre naturaleza y sociedad, la existencia en
el mundo, la existencia de un mundo modificado por el hombre, el caos y el
orden, el dominio de los hombres más fuertes sobre los más débiles, la
transformación del mundo por parte de los más fuertes. El orden natural es que
el propongo buscar para empezar de cero, para que sea modificado por nosotros
mismos, los habitantes de esta tierra que es Latinoamérica.
Pero el hombre
modifica el mundo, al que considera desordenado (sobre todo en estos nuevos
siglos de modernidad, progreso, desarrollo, ciencia y tecnología, que se ha
impuesto mediante la democracia y la expansión del capitalismo) y genera un
nuevo orden, social y moral, al que todos deben adaptarse.
“El hombre colabora activamente a la defensa
del orden universal, sin cesar amenazado por lo informe. Y cuando este se
derrumba debe crear uno nuevo, esta vez suyo. Pero el exilio, la expiación y la
penitencia deben proceder de la reconciliación del hombre con el universo. (…)
temo que hayamos perdido el sentido mismo de toda actividad humana: asegurar la
vigencia de un orden en el que coincidan la conciencia y la inocencia, el
hombre y la naturaleza” (Paz, Octavio. 1950, pag. 8)
El mundo moderno esta
armado alrededor de una ilusión. El sistema político es una ficción impuesta.
De la independencia sale la era de la modernidad y la filosofía del orden y el
progreso. Sin embargo esta edificado sobre una mentira impuesta, y el pueblo
vive esta etapa ajeno a las voluntades del estado. El disfraz positivista no
estaba destinado a engañar al pueblo, sino a ocultar la desnudez moral del
régimen. La nueva filosofía no tenía nada que ofrecer a los pobres. Sus
principios rígidos, impuestos y ajenos se convierten en un armazón rígido que
ahoga nuestra espontaneidad y mutila nuestro ser, sin espiritualidad, sin
filiación histórica ni tradición, y con nuestra cultura humillada ante las
nuevas culturas masivas del mainstream capitalista. Por eso el siglo XX muestra
el surgimiento de distintos movimientos sociales que buscan reivindicaciones; buscan
una forma de ver el mundo que sea propia, que no sea una mentira, que no sea
una construcción para validar el monopolio del poder político.
El mundo que nos
imponen, el que nos hacen creer, se compone de una imagen del mundo y de la
historia y un relato de lo que pasó, de dónde venimos. Una construcción del
padre y de la madre, la historia y la tradición. Es esto de lo que debemos
desembarazarnos. Tal como lo define Jauretche, una “falsificación de la
historia y sus objetivos antinacionales”, porque “no hay política sin un
conocimiento del pasado”.
Jauretche define la
falsificación intencional de la historia como:
“una
deformación transmitida de generación en generación, durante un proceso
secular, articulando todos los elementos de información e instrucción que
constituyen la superestructura cultural con sus periódicos, libros, radio,
televisión, academias, universidades, enseñanza primaria y secundaria,
estatuas, nomenclaturas de lugares, calles y plazas, almanaque de efemérides y
celebraciones, y así...” (Jauretche, Arturo. En “Politica Nacional y
Revisionismo Historico”1959. Pag. 15)
La necesidad de
encontrar una historia propia es el paso fundamental para empezar a trabajar en
un proyecto autónomo, tanto económico, político y social, y es el sustento legítimo
que mantiene verdaderamente unida a una nación.
“lo
que se nos ha presentado como historia es una política de la historia, en que
esta es solo un instrumento de planes más vastos destinados precisamente a
impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de
una conciencia histórica nacional, que es la base necesaria de toda política de
la Nación”. (Jauretche, Arturo. En “Política Nacional y Revisionismo
Historico”1959. Pag. 16)
Por esto vemos
movimientos que buscan recuperar la propia historia, para poder recuperar la
memoria y la tradición, para desembarazarse de la mentira impuesta y encontrar
un rumbo que permite mirar hacia adelante.
La búsqueda del ser
La historia de
Latinoamérica es la historia de un pueblo que busca encontrar un leguaje que lo
exprese, una comunión con la madre perdida, una plataforma propia donde poder
pararse orgulloso y mirar al futuro con conciencia de la propia condición.
El ser latinoamericano
esta buscando una comunión con su propia existencia, con su naturaleza, con su
madre, y una reconciliación con la historia, con la tradición que lleva en la
sangre. Estas bases son el sustento de la nación que esta floreciendo en el
sur, que no puede erradicarse completamente, pues el carácter de una sociedad
se mantiene vivo en la tierra. Es solo mediante el reencuentro con nuestra
propia patria que podremos erigir una nación con las reglas propias de este
pueblo, con su propio latir y su necesario fluir natural.
“Quien
ha visto la Esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre
todos los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo, no sabe dónde,
acaso entre los suyos. En cada hombre late la posibilidad de ser o, más
exactamente, de volver a ser, otro hombre.”
Paz, Octavio. 1950, pag. 9)
El desarrollo del ser,
como se ha dicho, esta oprimido por las normas impuestas por la civilización
moderna: Nuestras formas jurídicas y morales, mutilan con frecuencia a nuestro
ser, nos impiden expresarnos y niegan satisfacción a nuestros apetitos vitales.
Es por esto que el desafio de estos días es redescubrir el propio lenguaje,
distinto al europeo y al norteamericano, un lenguaje que solo nosotros
entendamos, con el cual podamos escribir nuestra propia historia, nuestra
propia poesía que cuente los sentires del pueblo, el reencuentro con la madre.
Y esto no puede suceder si no erradicamos de raíz la mentira que nos atraviesa:
“Pero
no nos bastan los mecanismos de preservación y defensa. La simulación, que no
acude a nuestra pasividad, sino que exige una invención activa y que se recrea
a sí misma a cada instante, es una de nuestras formas de conducta habituales.
Mentimos por placer y fantasía, sí, como todos los pueblos imaginativos, pero
también para ocultamos y ponemos al abrigo de intrusos. La mentira posee una
importancia decisiva en nuestra vida cotidiana, en la política, el amor, la
amistad. Con ella no pretendemos nada más engañar a los demás, sino a nosotros
mismos. De ahí su fertilidad y lo que distingue a nuestras mentiras de las
groseras invenciones de otros pueblos. La mentira es un juego trágico, en el
que arriesgamos parte de nuestro ser. Por eso es estéril su denuncia. El
simulador pretende ser lo que no es. Su actividad reclama una constante improvisación,
un ir hacia adelante siempre, entre arenas movedizas. A cada minuto hay que
rehacer, recrear, modificar el personaje que fingimos, hasta que llega un
momento en que realidad y apariencia, mentira y verdad, se confunden.” (Paz,
Octavio. 1950, pag. 15)
Es clave salir de la
mentira. Distinguir la mentira, y buscar la verdad. Una vez que se declara la
guerra a la mentira, no hay vuelta atrás, porque la mentira extranjera no para,
es constante, y está en permanente avance sobre las identidades populares y
particulares, se impone, avanza, trasforma la vida social. Es importante
mantener la barrera cerrada a las ideas extranjeras, y mantener encendida la
llama de la propia patria, para no perder el propio camino, y para iluminar a
quieres quieran y deban seguirlo.
La historia nos ayuda
a comprender ciertos rasgos de nuestro carácter, a condición de que seamos
capaces de aislarlos y denunciarlos previamente. Nosotros somos los únicos que
podemos contestar a las preguntas que nos hacen la realidad y nuestro propio
ser. Porque estamos solos. La soledad, fondo de donde brota la angustia, empezó
el día en que nos desprendimos del ámbito materno y caímos en un mundo extraño
y hostil. Hemos caído; y esta caída, este sabernos caídos, nos vuelve
culpables. ¿De qué? De un delito sin nombre: el haber nacido. Nacer en una
tierra sin patria. En vez de patria hay una nación falsa que nos cuenta una
historia segmentada sobre los supuestos padres de nuestra progenie, y no nos
cuenta la conquista, la masacre, la adopción de un modelo extranjero, y el
gobierno de los pocos sobre unas masas a las que se extermino metódica y
sistemáticamente, y cuyas tierras se repartieron entre pocas manos para
construir sobre ella la clase dominante que protege los intereses foráneos.
Debe haber
conocimiento de la historia. Pero no puede ser todo historia. No debe ser solo
el reconocimiento de las circunstancias que moldearon nuestro carácter. Debe
haber una búsqueda del origen. Y el
angustioso camino cuesta arriba hacia la derrocamiento de la ilusión política
requiere un desgarramiento del orden del mundo impuesto. Toda reivindicación
debe tener dos elementos centrales: un ansia legitima y arrolladora de cambio,
una necesidad imperiosa de remover las estructuras que lo oprimen; una contrapartida
ideológica que pueda sustentar el cambio para que quienes tengan que defender
la revolución pueda remitir a ese sistema ideológico, y que sea autónomo,
propio y no copiado o imitado. Estas voluntades revolucionarias se alimentan de
las posibilidades frustradas de un régimen que mutila y asfixia la verdadera
naturaleza de un pueblo, su tradición. El conflicto debe ser real y legítimo,
debe interpelar al pueblo entero para que la revolución sea completa. La
revolución no tiene ideas, es un estallido de realidad, un resurgir de
ferocidades aplacadas por el miedo a ser. La revolución es una portentosa
fiesta, un ansiado abrazo mortal, con el otro olvidado, el latinoamericano.
Reconquistar el
pasado, asimilarlo y hacerlo vivo en el presente, esta es la voluntad de
regreso, producto de la dialéctica de la soledad y la comunión. De la soledad
surge la desesperación. La desesperación ya no puede solucionarse con ideas
falsas y soluciones por imitación; las rechaza. La única salida de la
desesperación es la búsqueda angustiosa de la redención y la posterior
comunión. Alegría y desamparo, orfandad y júbilo, suicidio y vida. La
revolución es la otra cara de Latinoamérica, la cara ignorada por la
modernidad, por la civilización, el derecho, la democracia y el liberalismo. La
cara ignorada por la independencia, rechazada por las potencias, humillada por
las dictaduras. Es lo que no quieren que seamos. Es lo que debemos, por
decantación, ser.
(Rovere, Cristian. 2013, Buenos Aires, Argentina. ©)