Abstract
El
presente trabajo busca avanzar sobre la actualidad de la temática del conflicto
israelo-palestino, sobre todo en los ejes de identidades culturales y las
presiones de las elites políticas, y busca además hacer una nueva evaluación de
las perspectivas de paz.
Introducción
El
conflicto israelo-palestino es uno de los casos más interesantes y complejos de
analizar, tanto a nivel político, militar, religioso y social. Los niveles de
violencia y enemistad son altos y generan situaciones terribles en el terreno
de lo civil, y quienes buscamos la paz vemos con pesar que la misma se aleja siempre
que parece que puede alcanzarse, y cada vez el conflicto es más recrudecido y enmarañado.
La
situación cambió radicalmente luego del atentado del 9-11, que irónicamente
pareció coincidir con el fracaso de las negociaciones sostenidas durante toda
la década del 90’ (Oslo, Madrid, Camp David). La mundialización de la llamada
“Guerra contra el terrorismo” llevada a cabo por occidente no hizo más que
avivar la llama del islamismo y su “Guerra contra occidente”. Esto a su vez
fomentó nuevos ataques y muestras de nerviosismo entre los árabes y musulmanes,
que alimentó la construcción de la representación social que occidente llama
“fundamentalismo islámico”. En un segundo volvimos 30 años atrás, a las épocas
de tradicionalismos, intransigencias e intolerancias. Los que se benefician con
la guerra se aseguraron 10 años de nuevos conflictos y marcha atrás en las
negociaciones por la paz.
La
situación civil en los territorios ocupados es desesperante e Israel parece librar
una guerra contra la población palestina, un ataque colonial. Tel Aviv y el
resto de Israel sufre el stress y la incertidumbre, pero no es el foco de la
violencia.
En
el aire, casi como un susurro, se alcanza a escuchar una voz, o un ruego, una
pregunta que hace falta. Los habitantes de Israel, árabes o judíos, ¿quieren
guerra o quieren paz? ¿Están dispuestos a transitar el camino hacia la paz?
Probablemente
la respuesta inicial sería “NO”. ¿Por qué voy a negociar con el que me mata?
¿Por qué voy a ceder mis derechos legítimos a vivir en mi tierra? Edward Said,
el intelectual palestino más reconocido, dice al respecto: “el aspecto más
desmoralizante del conflicto es la oposición casi total de los puntos de vista
mayoritarios”.
Sin
embargo, el propósito de este trabajo es buscar esas voces que sí buscan la
paz, y tratar de entender si quienes inicialmente se oponen a la paz no están
haciendo eco de las ideologías políticas de las elites gobernantes. En un
contexto en donde el conflicto esta naturalizado y las elites políticas no
hacen más que profundizar ese camino, las voces por la paz quedan tapadas,
parecen incoherencias por habitantes confundidos que no entienden la gravedad
de la situación.
La
violencia debe dejar de ser una alternativa. Deben entender que crecer en un
contexto de guerra constante es un precio muy alto para la ciudadanía, y que
impide la plena libertad de sus habitantes. Crecer en medio del dolor, de las
alarmas, la paranoia, el odio, es simplemente inaceptable. Se deben buscar
soluciones que impliquen la convivencia, la aceptación, y sobre esa base
construir la alternativa binacional y bi-estatal.
Las identidades culturales y multiculturalismo. ¿Es imposible
convivir?
Como
un pasajero varado en el aeropuerto sin pasaporte, el palestino está atrapado.
Su país ha dejado de existir. No tiene Estado, no hay gobierno, ya no es
reconocido por la comunidad internacional. Una historia difícil de creer. La
desaparición de un elefante en medio del escenario, en frente de todos.
El
palestino busca que lo dejen existir. Este trabajo va más allá de las
responsabilidades históricas, de la situación bélica en medio oriente, de las
redes políticas y económicas trazadas entre Israel y Estados Unidos, más allá
del islamismo y el judaísmo. Es una cuestión social, identitaria y cultural;
una cuestión de derechos. Derecho a ser. Derecho a tener una nacionalidad.
Derecho a la autodeterminación.
Como
cientistas sociales debemos pensar en las formas de lograr que la voluntad de
la ciudadanía sea acompañada por los líderes políticos, y no al contrario, que
los políticos influyan a la ciudadanía y les hagan creer en un conflicto eterno
frente a un rival natural que no solo es esencialmente distinto a uno sino que
además quiere destruirnos, y en esa lucha por sobrevivir y defenderse, debemos
destruirlo primero antes de que nos destruya a nosotros.
La
convivencia con culturas diferentes suele ser una cuestión delicada, donde a
menudo se generan tensiones y roces entre ambos grupos que deben monitorearse y
apaciguarse antes de que se conviertan en conflictos de gran magnitud para la
sociedad. Las sociedades multiculturales representan desafíos para los Estados,
en la medida en que deben ser el agente que asegure la igualdad y la plenitud
de derechos para toda la ciudadanía. El Estado-Nación es el marco en el cual se
da el multiculturalismo y particularmente la convivencia entre dos culturas. En
ese sentido no sorprende la mala relación entre israelíes y palestinos, siendo
estos puestos a convivir en el agresivo Estado de Israel.
Sería
incorrecto afirmar que árabes e israelíes se lleven mal sin hacer referencia al
contexto en el que conviven en la actualidad, que los lleva a altos niveles de
tensión. Si hacemos historia veremos muchos momentos del pasado en donde ambos
grupos culturales convivieron sin problemas. Sin embargo, el Estado de Israel
promueve la diferencia y la distinción del otro como un extraño, un extraño
agresivo y peligroso.
El
concepto de multiculturalismo puede parecer difícil de caracterizar. Si por
multiculturalismo se entiende la convivencia de diferentes culturas gobernadas
por leyes propias y diferentes para cada una de ellas, no cabe duda que
estaríamos ante un fenómeno negativo y disgregador. Si siguiésemos la
definición del Estado de Derecho, se entiende el multiculturalismo como la
posibilidad de que cada persona pueda expresar su cultura dentro de la ley del
país receptor. De esta manera nos encontramos ante una definición que fomenta
la libertad y la igualdad. El objetivo debe ser un modelo de convivencia basado
en la pluralidad y la tolerancia, el inicio del camino para lograr esa sociedad
multicultural y democrática.
En
Israel vemos la interacción entre dos culturas diferentes, pero no mejores o peores.
Y sin embargo, esa es la idea que se transmite al interior de cada cultura. Por
los procesos históricos, coyuntura y dificultades de la convivencia, las
asperezas conducen a una competencia en donde ambas culturas chocan y compiten
entre sí. Al interior de cada una, desde la crianza y luego la educación, cada cultura
se realza a sí misma por sobre la otra. Para el sujeto requiere de un esfuerzo
superar esa diferencia generada cultural e históricamente para posicionarse por
encima de ese debate y reconocer al otro como un “igual-pero-distinto”, en
donde las diferencias culturales estén libres de juicios de valor.
A
esto se le suma, como decíamos al principio, que el palestino vive en
condiciones muy duras dentro del territorio israelí. El Estado no lo integra y
no le da un status de ciudadanía que lo incluya dentro de un marco normativo y
jurídico estable.
Esto
estaría en la misma línea de la concepción del multiculturalismo postmoderno y
su visión del otro: la "tolerancia" liberal integra al Otro pero privado
de su sustancia, y denuncia o rechaza a cualquier Otro "real" por su
fundamentalismo, dado que el núcleo de la Otredad está en la regulación de su
existencia.
El
multiculturalismo liberal se expresa como una tolerancia nominal hacia el
extranjero, pero de facto solo se le acepta si deja de lado su nacionalismo y
resigna su identidad por la nueva nacionalidad. Esto se ve con los árabes
israelíes que habitan en Israel, en donde les piden que adopten otra
nacionalidad que superponga su identificación inicial palestina. Se da una “integración
selectiva” del otro, aceptándolo solo nominalmente y a condición de resignar su
nacionalidad y adoptar la nueva bajo las condiciones del Estado receptor. Esta
inclusión no es real y contiene un alto grado de racismo étnico que genera odio
y tensiones.
Detrás
de esta falsa integración, se esconde una batalla política por la hegemonía
ideológica, y es aquí donde la cultura y el discurso se entrelazan con las
estrategias para la acumulación de poder político por parte de las Elites que
detentan las posiciones de privilegio.
Siguiendo
a Hegel, el sujeto se hace con una primera identificación primaria en relación
a su familia y su comunidad. Luego el Estado le “propone” sumarse al universal
al ofrecerle una nacionalidad, que sería la segunda forma de identificación.
Esta se opone directamente a la identificación primaria, pero pueden coexistir
si se mantiene abstracta, y puede convivir con la identificación inicial. Sin
embargo, se puede hacer concreta si le pide al sujeto que olvide su
identificación primaria y pase a ser parte de la “sociedad universal” que
propone el orden social establecido por el Estado-Nación, que es la forma que
este tiene de incluir a las minorías: pidiéndoles que abandonen su
identificación primaria por una global y homogénea.
En
la era moderna el Estado-Nación es el vehículo para ser incluido. Estar fuera
de él es no existir, no ser parte del universal. No tener derechos. En la
posmodernidad, el Estado es cada vez menos vinculante, y los sujetos se sienten
menos atraídos por la idea de “ser parte de la nación”. Se manifiesta como una
vinculación formal, y se buscan vinculaciones más íntimas, como étnicas y
religiosas. Hoy por hoy, lo étnico supera a lo nacional, a la inversa de como
era antes.
Sin
embargo, al palestino no le alcanza con pertenecer a una etnia y una religión,
porque no pertenecer a un Estado lo excluye del universal mundial, y le impide
autodeterminarse. Por eso Palestina busca una ciudadanía confirmada en términos
jurídicos, para poder existir en igualdad de derechos. Esta ciudadanía debe
entenderse en un doble sentido: primero, como un atributo para ser partícipe de
derechos civiles; segundo, como pertenencia a un pueblo definido culturalmente,
reconocido por un Estado. Es por lo tanto el Estado el que debe hacer frente al
hecho de tener varias ciudadanías. Sin embargo, en el canon occidental se
esconde detrás de la fachada multiculturalista del Estado-Nación la cultura hegemónica
de una parte dominante.
A
juicio de Edward Said, estos cuarenta años de ocupación han significado un
bloqueo al ejercicio de ciudadanía plena para los palestinos, cercenando sus
derechos, tanto en los territorios ocupados como para los árabes del Estado de
Israel. Los árabe-palestinos no son reconocidos como seres humanos de pleno
derecho, negándoles su ciudadanía, vaciándoles, por tanto, de su identidad política
y viviendo en un régimen orientado a mantener a la minoría palestina
desfavorecida, segregada, y constantemente discriminada.
El
multiculturalismo en el postmodernismo es una ideología que propone el respeto
a las minorías pero sin ofrecerles autonomía. Existe una distancia
eurocentrista condescendiente y respetuosa para con las culturas locales, sin
echar raíces en ninguna cultura en particular. En otras palabras, este
multiculturalismo es una forma de racismo negada, invertida, autorreferencial,
un "racismo con distancia": "respeta" la identidad del
Otro, concibiendo a éste como una comunidad "auténtica" cerrada,
hacia la cual él, el multiculturalista, mantiene una distancia que se hace
posible gracias a su posición universal privilegiada. El respeto
multiculturalista por la especificidad del Otro es precisamente la forma de reafirmar
la propia superioridad.
En
Israel vemos dos culturas, dos tradiciones culturales, dos religiones. Eso no
significa que no se pueda convivir y aceptar al otro. Los casos de convivencia
en multiculturalismo son complejos, pero no imposibles, y requieren un esfuerzo
por parte de las dos comunidades, guiados por los respectivos líderes y
enmarcados por un Estado que tenga la voluntad de integrarlos. Sobre la base de
la aceptación y de entender al otro, se pueden aceptar las diferencias y
construir sobre ellas.
Sin
embargo, en el contexto actual las dirigencias no hacen más que construir la
diferencia y resaltar las particularidades de cada grupo cultural,
contraponiéndolas sin que el sujeto se dé cuenta de la ingeniería que hay
detrás de su ideología y que se impone ante y sobre ellos.
Aún
a pesar de estas presiones sobre las sociedades y sus representaciones sociales
sobre el otro, algunos sectores independientes de la versión oficial crean espontáneamente
muestras de consenso y deseos de convivencia que marcan el camino hacia una
apertura ideológica.
Varios
brotes en la ciudadanía israelí (árabes o palestinos) muestran espontáneas
muestras de alternativas hacia la paz. Autogestionadas, creativas y
revolucionarias, estas muestras toman relevancia e importancia cuando
resaltamos que surgen en un contexto de constante promoción a la violencia y la
diferencia hacia el otro por parte de las elites políticas.
Imaginemos,
¿Qué rumbos tomaría la convivencia si el Estado promoviese la paz?
Existen
nuevas experiencias que tratan de buscar alternativas y reforzar la idea de la
convivencia. Estas corrientes se basan en compartir el conocimiento y la
comprensión entre culturas que han sido tradicionalmente rivales, intentan dar
el ejemplo de democracia y convivencia civilizada, pues lograron entender que
no existe una solución militar al conflicto.
Entre
algunos ejemplos podemos nombrar a la Fundación West-Easter Divan (creada por
Edward Said y Baremboim), el Alternative Information Center, creado por Michael
Warchawsky, un activista judío por la justicia en Israel, y Neve Shalom, una
comunidad en donde conviven las dos nacionalidades, y buscan alternativas al
estresante estilo de vida de los ciudadanos de Israel.
Estas
alternativas espontaneas y autogestionadas son cosas que el gobierno de Israel
no puede controlar, porque no las tiene en su concepción. Sostienen la
diversidad como riqueza y la idea de aceptar y comprender al otro. “El paso del
intercambio de experiencias, de comportamientos, de tradiciones… ese vendrá
cuando nos propongamos de verdad mezclar a la población y evitar los barrios y
las ciudades uninacionales”, añade Abdessalam Najjar, habitante de Neve Shalom.
Siguiendo
este razonamiento, se entiende que un pilar para la convivencia es la
educación, pues desde ella deben surgir nuevas maneras de ver la realidad, a sí
mismos y al Otro. Una muestra de este cambio en educación es la organización “Mano
a mano”, un proyecto de educación paralela centrado en la convivencia.
Lamentablemente,
los dos poderes oficiales de cada país, el estado de Israel y la gobernación de
Palestina a través de Hamas, promueven una educación basada en el entrenamiento
para la guerra. Ese entrenamiento es tanto militar como ideológico, e inculca
ideas acerca de la defensa de lo propio y el realzamiento de la propia cultura
por sobre la otra cultura inferior, desprestigiando al otro, mostrándolo como
irremediablemente distinto.
Entonces,
¿educación para la convivencia o educación para la guerra? En la mayoría de
Israel no se enseña árabe ni se pretende hacerlo. Los centros donde se promueve
la paz y la convivencia creen que es fundamental que se haga masivo, pues
“desde el idioma comienza el entendimiento”, como señala Abdessalam Najjar.
Nuestro
comercio con la realidad se encuentra mediado por la ideología. Y la ideología
es campo de batalla en el que se disputan posiciones de poder. En este sentido,
es importante el aporte de Said para entender como la construcción del otro y
de la realidad está guiada por una postura ideológica y política que la
sustenta. En “Orientalismo”, habla de la creación del otro estratégicamente
diseñada para ser conveniente a una visión del mundo. No se busca generar un
pensamiento crítico y plural, sino, muy por el contrario, caracterizar al otro
de la manera que más conveniente dentro de las relaciones de dominación entre
una cultura y otra. Esta imposición cultural, mayormente discursiva, se
practica no solo sobre culturas ajenas, sino también sobre la propia, para reforzar
constantemente posiciones y relaciones, sistemas de ideas, ideologías, filtros
para ver la realidad.
“Un rasgo importante del discurso colonial es
su dependencia del concepto de «fijeza» en la construcción ideológica de la otredad.
La fijeza, como signo de la diferencia cultural/histórica/racial en el discurso
del colonialismo, es un modo paradójico de representación: connota rigidez y un
orden inmutable así como desorden, degeneración y repetición demónica. Del
mismo modo el estereotipo, que es su estrategia discursiva mayor, es una forma
de conocimiento e identificación que vacila entre lo que siempre está en su
lugar, ya conocido, y algo que debe ser repetido ansiosamente…”. (Bhabha,
Homi. 2002. El Lugar de la Cultura. Editorial Manantial. Buenos Aires)
Conocimiento
y dominación son dos caras de la misma moneda. La diferencia entre hombres no
existe, sino que está creada, manufacturada, de manera intencional, y que
obedece a motivos políticos.
De
esta manera abordaré el conflicto entre Israel y Palestina mediante los
conceptos de multiculturalismo y de imperialismo cultural o imposición
cultural. Articularé las dos corrientes, por un lado, con Said diciendo que el
hecho de que existan diferencias irreconciliables entre occidente y oriente es
un mito, y esta creado por corrientes intelectuales que proponen generar al
otro de una manera funcional a la propia concepción. Esas diferencias son construcciones,
no son esenciales, son históricas, contextuales, y pueden revertirse con un
sincero acercamiento al otro, a través del conocimiento, del estudio, de la
deconstrucción del otro, para de esta manera darse cuenta de que no es tan
distinto de lo que entendíamos por “nosotros”.
Las elites políticas y otras presiones externas sobre la
sociedad
Decíamos
entonces que, delante de la sociedad, de sus representaciones y realidades, de
sus concepciones de lo propio y lo ajeno, se imponen ideologías y discursos,
que se enmarcan en contextos históricos y culturales inciden en la cosmovisión
de los actores sociales.
¿Cómo
saber realmente si existe espacio para la convivencia, para el entendimiento
con el otro, si constantemente se ven sometidos a estímulos y situaciones que
promueven la aspereza y el conflicto?
Said
también plantea que el mayor obstáculo para el reconocimiento del otro (ese
otro que no es más que un “nosotros” desconocido), son las presiones políticas
de los sectores que están en el poder y que tienen intereses económicos,
geopolíticos y estratégicos, y que de esta manera hacen grandísimos esfuerzos
por mantener posturas y seguir afianzando la idea del otro como enemigo, como
contrario a nosotros.
Esa
contradicción, impuesta por los intereses políticos, es la que frena y tira
atrás todos los intentos de acercamiento, de intentar conocer al otro y convivir,
generando violencia, extremismo, vuelve a traer a relucir las supuestas
“diferencias historias irreconciliables” y las “heridas de guerra”, viejos
resentimientos que generan tensión y fanatismo.
Vemos
entonces que en este conflicto es fundamental entender la dinámica de poder de
las elites y su expresión discursiva, sobre todo en dirección a sus sociedades
y el impacto que tiene esto en la construcción de una realidad que es impuesta
ante el sujeto.
Para
hablar de cómo la política influye a la ciudadanía, tomaremos las nociones de
discurso y poder usadas por Foucault. También tomaremos la relación entre
conocimiento y poder.
De
esta manera, el discurso se entiende como un sistema de ideas que fija los
límites de lo verdadero en un sistema de adecuación social. En las sociedades
modernas, los discursos tienen pretensión de verdad. A su vez, esto establece sentimientos
de exclusión, que se manifiestan en lo prohibido, demarcando zonas en las que
no se puede o no se debe transitar.
Son
entonces las elites políticas los mayores obstáculos para la paz, pues son los máximos
defensores de las diferencias culturales. A los extremistas (tanto árabes como
judíos) les conviene la dinámica de guerra para sostener sus posturas y
mantener así el poder que los sostiene.
Siguiendo
en la línea de los discursos y pensamientos hegemónicos, ideologías, y como
esas ideologías determinan y condicionan tanto la realidad (representaciones
sociales) como las formas de pensar y actuar, Juddith Butler dice que las
minorías son los focos de resistencia de los discursos hegemonizantes.
Hay
fuerzas en tensión por representar mejor la realidad. Hay varias
representaciones sociales que buscan “explicar” la realidad, y cada una depende
de un sistema de creencias. Según Butler, los medios de comunicación y las
políticas de Estado son los principales agentes proveedores de parámetros
ontológicos. Son ellos los que influyen a la ciudadanía con sus ideas sobre el
mundo.
A
través del discurso se establece lo visible y lo no-visible. Lo visible pasa a
pujar por instalarse en el repertorio ideológico del discurso oficial, mientras
que lo no-visible se establece por exclusión como algo impensado, que queda a
criterio del sujeto, pero el mismo se debe hacer cargo de esa representación.
Nadie la avalará. Y para el discurso hegemónico, lo no-visible pasa a ser un
“contrincante” de la versión oficial, la cual buscará destruir para asentarse
más sólidamente como patrimonio de lo real.
Lo
no-visible, por no estar instalado en una representación sólida, ni estar
avalado por un discurso reconocido, es más fácil de destruir. Las minorías que
intenten producir y mantener una representación social propia y autónoma,
encontraran grandes dificultades a la hora de sostener ese discurso, pues todo
el resto de la ciudadanía lo cuestionará y tratara de destruirlo.
Cuando
nos preguntamos “¿porque fracasan los intentos de paz que surgen
espontáneamente entre los habitantes de Israel?”, necesariamente tenemos que
contextualizar esas expresiones como surgentes dentro de un discurso hegemónico
que combate ese tipo de iniciativas. Solo si un ciudadano estuviera tan
desilusionado con la fuente de ese discurso (gobierno, líderes, medios) al
punto de que duda de su legitimidad, en ese momento cuestionaría su línea
discursiva e ideológica y tendría libertad para hacer y pensar nuevas
alternativas.
El
resto de los habitantes les gritará “traidores”, “antisemitas”,
“desagradecidos”, y hasta probablemente intentaran agredirlos, pensando que
están actuando de forma defensiva, para evitar que esas ideas se propaguen, sin
saber que están reproduciendo la ideología oficial. Lo que queda por fuera del
marco es más fácil de destruir. Todo marco, explica Butler, es una forma de
excluir y deslegitimar otras realidades.
Butler
propone como resistencia ofrecer una forma de contar que mejore la desigualdad
que impregna los sistemas dominantes de conceptualización y afecto; por eso
llama a la lucha por una libertad basada en la igualdad. Desde este punto de
vista, la salida no es la asimilación ni el cosmopolitismo al estilo europeo,
sino hacernos conscientes de la heterogeneidad y observar las diferencias.
El
Estado ejerce de esta manera violencia ideológica sobre las ideologías más
débiles, combatiéndolas y destruyéndolas.
Yendo
a un nivel de análisis más concreto sobre las relaciones entre ideología y
sociedad, pasaré a repasar algunas dinámicas sociales al interior de la ciudadanía
israelí, en donde en la última década se observan tanto consensos y disidencias
sobre el conflicto.
El
fin de la guerra fría y el proceso de globalización económica, política y
también de valores como la democracia y el respeto a los derechos humanos,
generaron una serie de cambios en los intereses de algunos sectores israelíes.
Al
ganar la guerra fría, occidente y el capitalismo son los ganadores y reparten
las cartas en el nuevo orden mundial. Con el paso de los años, los valores del
capitalismo se ablandan, así como los castigos a los vencidos, y resurge la
piedad contra los derrotados. A los vencedores, no hay nada que les convenga
más que prolongar el conflicto, vivir en clima de guerra, que fuerza a la
sociedad a extremar sus percepciones, a elegir. Al no haber guerra, los valores
vencedores se van durmiendo en sus laureles y le dan segundas oportunidades a
los vencidos. Así, luego de años de la victoria capitalista, surgen valores que
parecen ajenos a su ideología. Nuevos brotes dentro del clima vencedor que son
ajenos a él, crecen en su seno pero tienen autonomía. Pueden independizarse de
su origen, y eventualmente volverse contra él.
Volviendo
a las nuevas ideas de la sociedad israelí, en los laureles de la victoria,
muchos bastiones de la ideología de guerra ultra nacionalista, sionista y
tradicionalista empiezan a perder sentido, y varios sectores, relacionados a
las nuevas generaciones buscan insertarse en el mundo y dejar de lado el
conflicto.
Ahora,
la soberanía, el poder y la seguridad pasan a otros ámbitos, lejos del militar,
pues la oposición palestina no significa una amenaza. La ideología pasa a ser
ahora un obstáculo que impide la persecución de nuevos objetivos.
Nuevas
capas de la población buscan dejar atrás el conflicto con los árabes y los
palestinos para evitar el boicot contra Israel y atraer nuevos capitales y
flujos financieros, y están dispuestos en transigir en temas que antes parecían
intocables. Estos grupos se vieron representados por el laborismo.
Sin
embargo, los rebrotes de violencia hacen resurgir todo el odio y el temor
generados por la guerra interminable contra los árabes, y hacen que todo ese
“progresismo” se oculte dentro de los discursos tradicionalistas que proponen
terminar de ocupar Palestina y priorizar la seguridad.
Este
es el conflicto por la acumulación de poder en la sociedad israelí. Entre los grupos
centrales de estas elites políticas debemos nombrar a los sionistas originarios,
el Likud (ala extremista de derecha) y el sector militar-industrial. Los
gobiernos de derecha centran su poder en el control y colonización de los
territorios palestinos, y no pueden resignar a ese discurso pues ello supondría
renunciar a un importante recurso en la competición por la acumulación de poder,
que es el discurso nacionalista. En el sector militar-industrial se acumula
poder en la fuerza del ejército, que en Israel tiene importante preponderancia.
Este grupo hace todo lo posible para que el ejército mantenga un papel
protagónico en la sociedad, lo cual significa alimentar el discurso colonial y
el sionismo más extremista, pues ello implica que el ejército actué para
mantener los territorios ocupados y la seguridad. Se trata de seguir
alimentando el conflicto la colonización y el nacionalismo.
Estos
tres grupos, nacionalistas y tradicionalistas, refuerzan su anclaje en la
sociedad por medio de la diferenciación del árabe. Desde los orígenes del
estado de Israel se han trazado diferencias culturales orientalistas hacia la
población árabe y sefaradí en general. Esto tiene fuentes en el colonialismo
europeo que se vanagloria de ser un bastión de civilización contra la barbarie
asiática, africana y árabe. El racismo colonial respondía a la necesidad de
justificar moralmente lo que se sabía que era injusto.
Entonces,
la paz será posible cuando el poder en Israel se centre en otro lugar que no
sea el nacionalismo territorialista. Eso permitirá a las elites israelíes poder
discutir la alternativa bi-estatal sin verse obligadas a sacrificar su poder
político. Mientras el poder en Israel este cimentado sobre esa ideología, no
habrá negociaciones reales.
Mientras
tanto, Gaza hoy por hoy es una prisión de un millón y medio de personas, donde
no hay seguridad ni derechos básicos, y la ciudadanía israelí apoya esta
situación. No hay justificación racional para lo que sucede en Gaza, y sin
embargo los israelíes lo avalan. No hay otra explicación más que decir que la
ideología del estado de Israel se ha asentado férreamente en el imaginario
israelí reflejando la fortaleza, rigidez y absolutismo del Estado israelí que se
reproduce en el absoluto dominio de la representación social generada hacia su
sociedad.
Tan
absoluta es que no hay espacio para la izquierda, para el pensamiento
disidente, ni para las alternativas creativas. Y sin embargo sería un error
pensar que esto se debe a una forma de ser especifica del israelí; decir que
son un pueblo cerrado, obtuso e indiferente; sería un error decir que su
naturaleza es odiar al árabe, que no puede convivir con él. Es solo un eco de
la fuerte ideología fomentada durante generaciones por un Estado israelí
agresivo y casi totalitario en la deliberada ingeniería y producción de las
representaciones sociales.
Repensando el camino hacia la paz
Iniciamos
este trabajo diciendo que el fracaso de la década de las negociaciones por la
paz vino acompañado por un retroceso en las relaciones y en las perspectivas de
paz, con más guerra, ataques y represalias, con más crecimiento de las elites
extremistas que se benefician por el conflicto.
Sin
embargo, como se señaló al principio, es posible vislumbrar nuevos movimientos
que buscan alternativas al estancamiento de las ideas de paz de parte de las
elites políticas y otros sectores de la comunidad política occidental, y es
preciso analizarlas y alumbrar desde la teoría las voluntades sociales que
intentan reabrir el camino a la paz y a la resolución del conflicto.
Intentaré
repasar los actores que influyeron en el fracaso de la paz durante la década de
los 90’ y los que pueden construir nuevas alternativas para la convivencia.
Como
ya se dijo, quienes lo obstaculizan son todos aquellos que se sienten cómodos
con la situación de guerra y no se atreven a cambiar, porque eso les evita el
problema de tener que reconstruir su poder político, así como reconocer a su rival y tener que
negociar con él. Para un importante sector de Israel la guerra es la excusa
perfecta para retrasar cualquier alternativa de negociación.
El
principal núcleo del conflicto, quienes tienen la llave para destrabarlo de una
vez por todas, son las elites israelíes que detentan el poder político. Son
quienes se empeñan en mantener y expandir la ocupación, quienes promueven la
diferencia y la no inclusión del palestino, quienes toman medidas colonialistas
extremas que mantienen en condiciones de vida insanas a toda la población
israelí. Estas medidas agresivas muestran poco de comprensión y mucho de
prepotencia. Mientras el poder de las elites esté construido sobre esta actitud
ultra-nacionalista y colonialista, la posibilidad de la paz será remota.
Israel
se empeñó durante años en lograr que todos lo reconozcan. Ahora se empeña en
evitar que Palestina se establezca como Estado (aunque ya es una Nación), y
bloquea todos los elementos que le permitirían a Palestina lograr autonomía y
autodeterminación. Por ejemplo, Israel teme a Muhammad Abbas, el líder de la
autoridad nacional palestina ANP, quien es el más dispuesto a negociar y buscar
soluciones diplomáticas, y no teme tanto a Hamas, en la medida que Hamas
completa a Israel; es la otra pata de la guerra, de la beligerancia, de la
intolerancia, del conflicto armado; el islam político es funcional para Israel,
pues promueve el tradicionalismo y la defensa de lo propio a través de la
fuerza, y aplaca a los nuevos pensadores palestinos que están dispuestos a
buscar conciliaciones y puntos medios por el camino de la democracia y la
organización civil. Estos nuevos pensadores son jóvenes que nacieron con el
conflicto ya instalado, nunca conocieron la vida antes de 1947, nunca se les
arrebato nada; solo quieren buenas condiciones de vida.
Este
camino puede abrir nuevas puertas, la férrea voluntad del pueblo palestino en
su lucha por el reconocimiento y el derecho a existir. La sociedad palestina
muestra señales de civilidad y acciones comunitarias en busca de objetivos
claros. Quieren el fin de la ocupación y recuperación de territorios. Ya no
pesa tanto la venganza, que quemaba en carne viva en la generación anterior, y
si los sueños de recuperar la tierra. La unidad palestina es loable, a pesar de
las tensiones, Hamas y Al Fatah’ se han mantenido unidas con un objetivo en
común en pro del consenso de su pueblo.
En
ese sentido, la sociedad israelí debe dar un paso al frente, pasar a ser un
sujeto activo y dejar de ser un objeto de dominio de las elites israelíes. Sin
embargo, y a diferencia de la sociedad israelí, la sociedad palestina actúa en
base a objetivos propios y autónomos, actúa como sujeto y no como objeto, tiene
capacidad de entender una relación de poder, en donde exigen sus derechos, y en
ese sentido a las elites políticas les es mucho más difícil imponer su
influencia. Aquí la población es protagonista.
En
el camino hacia la paz, no todas las partes tienen el mismo peso en las
responsabilidades. El gobierno israelí y Estados Unidos encabezan las
responsabilidades, luego la Unión Europea y luego la sociedad palestina, en
menor medida. Son pocas las cosas que puede hacer Palestina, pero debe
mantenerse unida en su reclamo, y no hacer cosas que puedan restar o trabar la
dinámica de las negociaciones (como la violencia y las reacciones a las
provocaciones).
La
sociedad palestina debe ser más pragmática y tomar lo que le den y construir
desde ahí. La compensación será injusta pero deben salir de la situación de
crisis, debe pensarse como el mal necesario para salir del conflicto y empezar
un proyecto político.
Los
palestinos, junto con la comunidad internacional, deben hacer lo posible por
promover a los grupos dentro de la sociedad israelí que buscan la paz, pues
solo de ellos es la opción de poder empezar a socavar y debilitar a las elites
israelíes. Solo desde la sociedad israelí puede venir el cambio, porque son
ellos los que sostienen a la política de Israel. Sin embargo, aquí se da una
doble dinámica, en donde, por un lado, la sociedad israelí le da poder al
gobierno, y por otro, las elites políticas israelíes influyen y construyen las
representaciones sociales de la sociedad, reconstruyendo constantemente la
cimientos de su poder.
Es
imperativo que le ciudadanía palestina encuentre amparo en el reconocimiento de
un Estado que vele por sus derechos.
En
la modernidad se armaron Estados y luego se los relleno con Naciones. Israel
siguió esa lógica de una manera tal vez demasiado literal. Palestina, por el
contrario, era un conglomerado de naciones sin la infraestructura estatal
necesaria para mantenerlos unidos. Ahora los palestinos son una nación
dispersa, que busca el marco de un Estado para restablecerse en el escenario
político.
“La
pertenencia a una nación hace hermanos a sus participantes. Funda un vínculo de
solidaridad entre ellos, entre personas que hasta el momento habían permanecido
extrañas las unas de las otras. El mérito del Estado-Nación es que resolvía dos
problemas en uno: hizo posible una forma más abstracta de integración social
sobre la base de un nuevo modo de legitimación.” (Habermas. La inclusión
del Otro. Pag 88)
Sin
embargo, la alternativa del único estado bi-nacional parece no ser la mejor
salida. Al respecto, Noam Chomsky dice que no se puede homogeneizar una
sociedad culturalmente distinta. Los Estados-Nación han tratado de englobar
dentro de una frontera poblaciones distintas.
Chomsky destaca ejemplos en donde esos experimentos no han dado buenos
frutos. Destaca a su vez los procesos de varios países de Europa en donde
florecen autonomías regionales en pro de la identidad cultural.
Un
caso uniestatal en Israel desembocaría en el modelo estadounidense: exterminio
y expulsión de la población indígena. Según el autor, lo más sensato sería
abogar por dos estados y territorios independientes.
Desde
1971, Israel tomo la decisión de ir en pos de la expansión y no de la paz. Esa
decisión fue sostenida desde ese momento hasta el presente. El crecimiento (por
medio de la invasión y expropiación de territorios) sin embargo costó años y
años de guerra, inseguridad, tensión, stress, todos síntomas que su sociedad
padeció, llevando a un nivel de paranoia insano. Bajo ese clima se gestaron las
nuevas generaciones de israelíes, creciendo entre tensión, mentiras y falsas
imágenes sobre “nuestro enemigo” palestina y el pueblo árabe.
El
gobierno israelí, apoyado por Estados Unidos, intenta en todo momento presentar
una sociedad palestina sumergida en el caos y la violencia, pues de esta forma
espera justificar el mantenimiento de la ocupación y las políticas represivas.
Las
generaciones jóvenes sienten que Israel ha actuado mal. Los tradicionalistas
promueven defenderse mediante el ataque pues temen que los palestinos se
vengaran, puesto que tienen una mentalidad desconfiada y beligerante. Sin
embargo, las nuevas generaciones deben superar esa barrera. Los ataques
quedaron atrás, las venganzas, los odios, ahora se debe buscar la convivencia.
El
pueblo árabe necesita reivindicación, necesita un lugar donde existir pleno de
derechos, y eso no puede lograrlo en la Israel ocupada, o en los terrenos
ruinosos de Gaza y Jerusalén. Año tras año hemos presenciado la aniquilación o invalidación
política de los ciudadanos palestinos en Israel. La única salida es la coexistencia,
y esto sólo es posible si todos sus ciudadanos gozan de los mismos derechos, y
se sienten pertenecientes de la ciudad, participando como comunidad política,
sin que ninguna minoría se sienta segregada.
Es
fundamental que los cambios en la ideología se acompañen debidamente por
reformas en el campo de la educación, en donde se inculque al sujeto el camino
a la integración y aceptación del otro. Debe haber una revolución cultural en
donde se repiensen todas las relaciones judeo-árabes, con un cambio en la
enseñanza escolar y con políticas de inclusión y de respeto mutuo.
Es
imposible, en una tierra multicultural, multiétnica, y multireligiosa realizar
la fantasía de un Estado puramente judío o de un Estado puramente
árabe-musulmán, por tanto sólo queda un camino posible tras el fin de la ocupación
y del inicio del reconocimiento del Otro, y es empezar a hablar de compartir la
tierra que los ha unido, de una manera auténticamente democrática, con iguales
derechos para todos los ciudadanos; así, poder empezar a hablar sobre la idea y
la práctica de una ciudadanía laica y secular, y no de una comunidad étnica o
racial.
La
ciudadanía palestina e israelí debe autorizar a un judío-israelí y a un
árabe-palestino a gozar de los mismos privilegios y recursos. En conjunto,
ambas sociedades deben luchar por la igualdad de derechos, por una comunidad o
un Estado en el que todos sus miembros sean ciudadanos iguales, donde el
concepto subyacente sea una noción secular de ciudadanía y pertenencia, y no
una esencia mitológica cuya autoridad se derive de un pasado remoto, sea
cristiano, judío o musulmán.
Bibliografía
Bibliografía Obligatoria
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